viernes, 9 de septiembre de 2011

Tic Tac


Se abre la puerta. Entra un hombre alto, de gabardina mojada. El lugar está oscuro y algo desvencijado. Ella, sentada sobre la cama, dice:

     Hola, guapo. Ven, ponte cómodo.

Él ni siquiera se quita la gabardina, se acerca a ella, se sienta a su lado, y toma aire. Se acerca suavemente a ella, hasta que sus labios se rozan.

Tic

Vaya, pues es cierto, los primeros besos tienen la capacidad de detener el tiempo, aunque sea uno caducado como este. Veo que no me recuerdas, y sinceramente, lo celebro. Si me hubieras reconocido esto habría sido más violento. Has visto ya demasiadas caras, supongo.

Me debes este beso desde hace dieciséis años, un mes y dos días, aunque entonces ya llevaba tiempo esperándolo. Fue a nuestros trece años, en la fiesta de cumpleaños de Mateo Goñi, jugando a la botella. Nos tocó besarnos. Tú no parecías muy entusiasmada, yo procuraba ocultar mi entusiasmo. Pero entró la madre del homenajeado, y ya no hubo otra oportunidad.

Llevaba año y medio enamorado de ti, y aún lo estuve tres años más. Bueno, yo por aquel entonces lo consideraba amor. Ni siquiera recuerdo qué me gustaba de ti, ni tu fecha de cumpleaños, ni tu color favorito. Y créeme, conocía esos datos muy bien. Sospecho que yo para ti siempre fui bastante insignificante. Sí recuerdo muy bien ese día, y cómo mi primer beso me fue arrebatado. Abandonaste el instituto antes de tiempo, y dejé de saber de ti. Recuerdo que por aquel entonces me pareciste una valiente, un espíritu libre. Bendita inocencia.

Hubo otras después de ti. Hubo besos, y hubo sexo, brutal y delicioso en ocasiones. Y precisamente mañana, me caso con el hombre de mi vida. Sí, el hombre, fue algo que descubrí con el tiempo. Puede que no esté bien que yo esté aquí ahora, en esta tesitura, pero me parece más deshonesto abrir este capítulo de mi vida faltándome un punto de un capítulo anterior. Cuando salga por esa puerta, esa historia ya estará cerrada. Al fin y al cabo, y casi no importa el quién, sino el qué.

Nuestros caminos se han bifurcado mucho, y sinceramente no quiero saber (aunque me lo puedo imaginar) cómo has acabado en un burdel de mala muerte, en este barrio tan poco recomendable. Bastantes llamadas y favores me ha costado dar contigo.

Te deseo lo mejor, y que te vaya bien, aunque no confío en ello.

En fin, creo que ya lo he disfrutado bastante.

Tac.

Sus labios se separaron, tras un beso de tan solo un segundo. Él se apartó, se incorporó y le tendió un sobre con el dinero acordado.

     ¿Te vas?

La única respuesta que recibió fue el crujir de la puerta y el sonido de los pasos de un hombre satisfecho.

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