sábado, 28 de abril de 2012

Sweet Caroline

Llegaste a mi vida como un remolino. Viento, colores, y hojas de otoño. Como un amanecer. Me elevaste del fango a lo más alto, y desde allí nos reímos del mundo. Resultaba deliciosamente refrescante, como un mordisco a la vida, sintiendo su sabor derramándose por nuestros labios.
Yo no te esperaba en aquel andén, y está claro que tú pasabas de casualidad. Sin embargo, bastó cruzar una mirada para saber que estábamos hechos para volar. ¿Cómo puede proyectarse el Sol con una mirada?
Compartimos momentos gratos, en el bosque y entre las sábanas, en el bullicio de la ciudad y en las solitarias rocas del acantilado. Bufandas de colores en invierno, derretirnos juntos en verano.
El verano... Sobre todo el verano. Coincidimos en la estación y nuestro tren nos dio un largo camino juntos.
Cabía esperar que el viaje duraría para siempre. Sin embargo, ahora me encuentro intentando parar ese tren, intentando parar un Sol decidido a ponerse, a abandonarme, y que lo hace en el más desolador de los silencios.
Una de las cosas que más añoro es la simpleza, la tranquilidad de confiar en a dónde me lleva el tren. Ahora he de trazar mis caminos solo, y resulta cuanto menos amenazador.
Cada destello me recuerda a ti, en cada amanecer estás tú. Pero tú sigues volando, volando en dirección al Sol, donde tu silueta se recorta contra la bola de fuego, cegándome y haciéndote invisible puede que irreversiblemente.
Por siempre tuyo, B.K.

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