lunes, 18 de abril de 2011

La dualidad del no ser

Ven, vamos a bailar.
Hoy no tengo ganas de ser más yo. Me he quitado la ropa holgada, el brillo de la mirada y los dientes imperfectos. Me he despojado de las plumas de cisne, de la risa vacía, de las tardes de parque y sol. Sencillamente no me apetecía seguir cargando con la compasión, con el desprecio ni la delirante conducta disfuncional.
Los problemas, se fueron cayendo en el proceso, las alegrías también.
Así que ven, pon música, y vamos a inventarnos algún baile fácil de seguir. Pero con cuidado, aún tengo el pie algo resentido de la última caída.
Lo sé, lo sé, no está bien escaparse, pero, bah, ¿vas a venir tú a darme lecciones?
No, vamos, no quieras hablar ahora. ¿No puedes limitarte a la simpleza de moverse?
Entenderás que esté cansado de tus historias. Del pedacito de Sol que creíste tocar antes de que se te derritieran las alas que te hiciste, como a Ícaro, de las duras pruebas que tienes que atravesar para hacerte con el Viejo Libro, y de los aliados que salvaste en el fragor de la batalla... y los que no.
¿Qué? ¿Me están saliendo otra vez? Oh, mierda. Quítamelas, por favor. ¿Ya? Gracias. No paran de salir, las detesto. Nunca imaginé que sería tan complicado dejar de ser yo. Al fin y al cabo, nunca me ha parecido que mi vida estuviera demasiado llena.
Sé que me quedan quimeras que derrotar, besos que robar y almas que abrazar, pero, mira, ahora mismo no puedo (quiero), ¿vale?
Disfruta de la luz de la Luna, hoy está preciosa. Y las nubes...
Una vez, en diciembre, habría dado cualquier cosa por tirar el dado una vez más. Hoy ya, me conozco las caras, y el juego resulta menos interesante.
Sí, debería volver a escribir, pero las musas andan lejos, desde hace un buen tiempo además. Y creo que las ganas, también.
Pero mejor, háblame de ti.
Oh, ¿ya se ha acabado? Esa caja de música no ha vuelto a funcionar igual desde que se te cayó al suelo. Ya sabes, ahora tiene el segundero suelto.
En fin, supongo que ahora debería despertar, vivir una vida que acostumbraba a denominar como propia, y todo eso. ¿No podrías salir tú en mi lugar? No me importa, y ya tienes práctica... Vaya, supongo que no merece la pena insistir.
¿Eh? No, déjalas que salgan. Al fin y al cabo, ya me toca marchar.
Sí, ya es hora. Bajaré más a menudo, lo prometo.
Venga, dame un abrazo.
Sí, adiós. No. Que descanses tú también.

Y un muchacho desnudo sobre su cama abrió los ojos, y se lamentó de no poder abrazar la inexistencia un segundo más