sábado, 15 de diciembre de 2012

Soñando con fantasmas


He pasado por tantas cosas que cuando echo la vista atrás da la sensación de que veo una película. Con sus escenarios, sus guiones,  actores secundarios, y, por supuesto, el protagonista. Un protagonista que ya apenas reconozco, viviendo una vida que resulta extraño recordar que fuera mía. Y lo peor, es que no hace tanto. Amistades férreas que se tornaron aire, sueños que se apagaron en un pestañeo y amores que se me escurrieron como la arena de entre los dedos antes de poder llegar a agarrarlos. Como los fantasmas que siempre fueron. Y tras este sueño, que duró más de una noche de verano, aquí me hallo (una vez más) con el alma atravesada por la idea de que nada más allá de las detalles meramente circunstanciales, cambia realmente.
Porque, pensándolo bien, éste es el punto de inicio de todas mis fantasías, de todas mis realidades alternativas en las que era otra persona. El escenario recurrente al que me veo exiliado una y otra vez, hasta conseguir entrada para una nueva sesión de cine. Debe de haber un determinado momento en el que alguien pulsa el botón de retroceso y me veo devuelto al inicio.
Sin embargo, a pesar de hacer, deshacer y rehacer los mismos caminos, echando un vistazo a mí mismo, veo que no he evolucionado. Me endurecí, me autoengañé, aprendí a sortear obstáculos. Pero cuando realmente queda al descubierto mi ser, veo lo mismo, con envoltorio ligeramente distinto. Esto me hace preguntarme si éste será mi sino, malgastar mi vida en ciclos absurdos que me devuelvan siempre al mismo punto. Si no seré esa pescadilla que se muerde la cola.
Necesito un impacto. Algo que me apasione, que me destroce, que me inspire, que me quite el aliento, me exprima y me devuelva a la vida. Algo tan devastador que me arranque de cuajo de esta espiral sin sentido.
Pero no importa lo que yo haga, piense o diga. Seguramente mañana por la mañana esta idea no será más que un fantasma más.

sábado, 28 de abril de 2012

Sweet Caroline

Llegaste a mi vida como un remolino. Viento, colores, y hojas de otoño. Como un amanecer. Me elevaste del fango a lo más alto, y desde allí nos reímos del mundo. Resultaba deliciosamente refrescante, como un mordisco a la vida, sintiendo su sabor derramándose por nuestros labios.
Yo no te esperaba en aquel andén, y está claro que tú pasabas de casualidad. Sin embargo, bastó cruzar una mirada para saber que estábamos hechos para volar. ¿Cómo puede proyectarse el Sol con una mirada?
Compartimos momentos gratos, en el bosque y entre las sábanas, en el bullicio de la ciudad y en las solitarias rocas del acantilado. Bufandas de colores en invierno, derretirnos juntos en verano.
El verano... Sobre todo el verano. Coincidimos en la estación y nuestro tren nos dio un largo camino juntos.
Cabía esperar que el viaje duraría para siempre. Sin embargo, ahora me encuentro intentando parar ese tren, intentando parar un Sol decidido a ponerse, a abandonarme, y que lo hace en el más desolador de los silencios.
Una de las cosas que más añoro es la simpleza, la tranquilidad de confiar en a dónde me lleva el tren. Ahora he de trazar mis caminos solo, y resulta cuanto menos amenazador.
Cada destello me recuerda a ti, en cada amanecer estás tú. Pero tú sigues volando, volando en dirección al Sol, donde tu silueta se recorta contra la bola de fuego, cegándome y haciéndote invisible puede que irreversiblemente.
Por siempre tuyo, B.K.

domingo, 22 de abril de 2012

La primera bruja


Lena disfrutaba tranquilamente de su paseo diario por la colina. Aquel era su momento preferido del día. Caminaba descalza por la hierba, con una fina blusa y una falda vieja como atuendo, y gozaba de los placeres que la naturaleza le ofrecía.

 Dejaba que el viento alborotara su larga melena castaña, que la suavidad de la hierba acariciara sus dedos y admiraba embelesada el espectáculo de luz y color del crepúsculo.

Aquella tarde, sin embargo, algo cambió.

― Lena –la llamó una voz cuya procedencia no pudo localizar.

Lena miró a los alrededores sin entender, pero la voz continuó:

― Tú eres la elegida. Tú serás la primera bruja.

En ese momento Lena sintió como un torrente de cálida energía penetraba en su interior y su mente se llenaba de claridad y comprensión. Supo así que el poder de la magia residía en la mente y en las antiguas palabras, que mucho de lo que la gente llamaba brujería no era otra cosa sino ciencia, y que los hechizos de los que ella había oído hablar sólo eran burdos trucos de farsantes aprovechados.

            Y a partir de ese día la primera bruja comenzó a indagar en el misterioso mundo de la magia. Fascinada por el arte de la brujería, se dedicó a los hechizos y las pociones, los ritos y las conjuraciones, a convertirse en una gran hechicera.

Pasados los años, creyó que ya había estudiado suficiente y ya era bastante sabia, por lo que decidió que lo correcto era compartir sus conocimientos y habilidades. Observaba a las jóvenes muchachas del pueblo sin acercarse a ellas, y evaluaba su posible talento y sus ganas de aprender, y las seleccionaba para instruirlas como brujas.

Gracias al contacto con aquellas chicas, Lena se enteró de que en los años transcurridos, en el pueblo se había hablado mucho de ella y de su aislamiento, y que Lena había dejado de ser Lena, ahora se la conocía como La Bruja. A partir de entonces, cada vez más chicas se negaban a ir con ella y una incluso salió corriendo al verla. La siguiente (algo más razonable) sí habló con ella y le dijo que ya no era simplemente La Bruja. Su estatus había sido elevado al de Bruja Malvada, que endemoniaba a las chicas para que le sirvieran.

Pero nada de eso le importó. Ella siguió enseñando a las jóvenes aprendices de bruja todo cuanto sabía.

Un buen día, una de sus alumnas le hizo una pregunta que no supo contestar. “Será un fallo en mi memoria”, pensó. Buscó en todos sus apuntes, sus anotaciones y sus esquemas, pero no dio con la respuesta. Experimentó, practicó y comparó resultados, pero todo fue infructífero.

A partir de aquel día sus alumnas dejaron de serlo para convertirse en sus compañeras. Se dio cuenta de que le faltaba mucho para ser una buena maestra, y entre todas formaron un grupo, un aquelarre, como a ellas les gustaba decir, para mejorar y ampliar sus conocimientos y facultades.

Pero los vecinos del pueblo desconfiaban de las brujas, las temían, y por ello también las odiaban. Ellas trataban de acercarse a ellos ofreciendo toda clase de regalos, por lo general ungüentos mágicos y objetos encantados, a fin de que sus antiguos vecinos volvieran a confiar en ellas, pero ellos los veían como trampas y maldiciones.

Un aciago día, un grupo de aldeanos exaltados atacaron el pequeño grupo de cabañas donde vivían las brujas, dispuestos a acabar con aquella amenaza. Lena intentó hablar con ellos, confiando en su buena fe y raciocinio.

La mataron.

Lena fue enterrada en la misma colina en la que una vez la magia le fue concedida, y el mismo día del entierro sus compañeras decidieron que se iban de aquel lugar marcado por la muerte de su mentora. Un par de días más tarde cogieron las escobas que usaban para espantar a los cuervos que solían posarse en sus tejados (y también llenarlos de excrementos), les echaron un simple conjuro de levitación, y esa misma noche alzaron el vuelo hacia tierras lejanas, abandonando el pueblo para siempre.

Pero antes las brujas decidieron homenajear la memoria de su instructora., y sobre su tumba erigieron una estatua esculpida por ellas mismas que representaba a Lena con el pelo y las ropas ligeramente agitados por el viento, con un libro en una mano y alzando la otra hacia el cielo. También protegieron el lugar con sus hechizos de protección máxima para asegurarse de que nada derribaría la estatua.

Y desde entonces, la imponente sombra de una bruja se proyecta cada atardecer sobre el pueblo que vio nacer y acabó con La Primera Bruja.

jueves, 5 de abril de 2012

Vapor

Voy a clase.
Voy a la biblioteca.
Voy al campo.
Salgo con mis amigos.
Sonrío, hago bromas.
Charlo.
Finjo interés.
Hago el mono.
Porque no me importa. Nada me importa. Camino por la vida sin detenerme en ninguna parte. Veo lo que se rompe a mi alrededor. Soy consciente de las personas a las que ya no veo. Veo a la gente marchar. Veo a gente acercarse, ofreciéndome lo mejor de sí misma, lo cual amablemente declino.
Y me duelen, sólo por un instante, todas esas cosas. Pero sigo caminando y quedan todas atrás. Quedan fuera de mi realidad construida, en la que no importa nada personal, en la que la rutina se desarrolla impasible y ajena a todo eso. De vez en cuando, me quedo solo y tengo un momento para pensar, y me duele otro poquito. Pero enseguida se acaba. Porque antes sufría por sentirme solo, incomprendido, decepcionado, inútil, pero hasta eso lo ahogo ahora.
Porque no me importa nada. Ya nada me cala hondo. No sé si ha sido por las ilusiones y las decepciones, la clásica historia, pero ya simplemente no hay respuesta. Si ahora mismo me dieran una descarga  de 200 joules con un desfibrilador, estoy convencido de que mi electrocardiograma no mostraría ninguna respuesta.
Y sin embargo, se me parte el alma cada vez que me miro al espejo. Porque que nada me importe, sí me importa. Cada día más frío, cada vez un poquito menos vivo. Odio convertirme en esa persona, y no obstante ya lo soy.
¿Hasta qué punto no va a importarme que las conversaciones con las personas que fueron más cercanas ahora sean secas y distantes? ¿Cuanto aguantaré la falta de ilusiones, de inquietudes, de sueños? ¿Cuándo estallará todo como un géiser, liberando el vapor a presión? Porque tanto empieza a quemar y a apretar.
Y lo más importante, ¿cómo ocurrirá?
Debería ser honesto conmigo mismo, espabilar y sacarme a mí mismo adelante. Hacer algo de mí y de mi vida en lugar de compadecerme y dar lástima en rincones perdidos de Internet. Y sin embargo aquí estoy quejándome, y me encuentro que soy incapaz de seguir mis principios, que se contradicen entre sí.
A partir de cierta hora debería estar prohibido meditar. Se evitarían autodestrucciones.

jueves, 9 de febrero de 2012

Crystallize

Resulta curioso, y frustrante, cuando las personas van desapareciendo. Cuando se vuelven frías y distantes. Sentadas en su trono de hielo y cristal, con mirada altiva, observan su alrededor sin participar en él. Quizá demasiado asustadas para acercarse, quizá repugnadas por los demás, quizá hartas de soportar, quizá tan hartas de sí mismas que necesitan toda la soledad del mundo para odiarse en paz. Y aferradas a ese trono, del que quizá ni aunque quisieran podrían desasirse, comienzan a congelarse.


Miras, y ves que ya no puedes ayudarlas. Que cualquier palabra les resulta vacía. Que observan tus saludos con indiferencia, casi como si el contacto humano les resultara algo ajeno e intrigante. Funcionan, pero no viven. Su carne se vuelve cristal, ya no pueden moverse.


Sin motivo, se apartan, se retraen. No soportan compañía, más que a muy breves periodos. Luego a ninguno. Al principio se las echa de menos. Luego se funciona asombrosamente bien sin ellos, como si nunca hubieran estado ahí.


Finalmente, reparamos en su existencia como algo que no llega ni a lo ornamental. Percibimos su presencia, pero no la vemos, la atravesamos sin darnos cuenta, como si fuera algo que flota en el aire, pero que realmente apenas podemos sentir.


Así es como se desvanecen las personas.


Algunas lo hacen muy bien.

lunes, 16 de enero de 2012

Descenso recurrente

Relojes sin manecillas. Pájaros de piedra. Un espejo roto. Cartas a nadie amontonadas junto a la pluma que las escribió. En el suelo, frascos de tinta vacíos. En la ventana, las Ruinas del Verano. Plumas ensangrentadas e hilos de sutura sobre la cama. Huesos. El cetro oxidado. Un invernadero vacío. La caja de música, rota.

- ¿Otra vez aquí?
- Uno siempre regresa a donde realmente pertenece.
- ¿Qué fue esta vez?
- Más o menos lo de siempre. Lo de siempre 2.0. Estamos en enero, por si te sirve de pista.
- Comprendo... Sinceramente, pensé que ya no volverías a bajar.
- Yo también. Pero se han dado la situación, la hora y la música adecuadas.
Apoya la mano sobre mi hombro y me recuerda:
- Te advertí que no dieras nada por hecho.
- Déjame en paz.
- No estarías aquí si quisieras que te dejara en paz. Así que te aguantas. Siempre se puede ir más abajo, siempre puedes venir a parar aquí, tú mismo lo has comprobado. O más abajo. Ya sabes, donde los goblins. ¿O eran Bogles? En fin, tú sabrás. Lo único que está claro es que, por mucho que se intente, nunca se consiguen cerras las puertas del Averno.
- Ya, ya me he dado cuenta. Pensaba que sólo era cuestión de fuerza el no regresar aquí. ¿Quién eres? Nunca lo he tenido del todo claro. Nunca me lo he planteado tampoco.
- Vaya una pregunta. ¿Es que necesitas confirmación para todo? Nah, ya sé que sí. Sólo soy tú. El tú que siempre vive aquí, claro. El tú de cuando estás vacío. En el apartado rincón al que te has prometido mil y una veces no volver. Sin embargo, uno siempre regresa a donde realmente pertenece, como bien has/he/hemos dicho.
- Estoy harto de ti y de este sitio. Antes me resultaba tristemente relajante, ahora lo aborrezco. ¿Dónde están los demás?
- ¿Los demás? Jaja. ¿Quieres decir los que no has matado aún?
- Yo no fui, fuiste tú.
- Ya... Claro.
- Sí que fuiste tú. ¿Dónde están?
- La mayoría, escondidos. O demasiado débiles para aflorar. Al borde del ahogamiento. Cualquiera se arriesga a salir, contigo ahí.
Un golpe, y una sombra está en el suelo.
- Esto no me duele más a mí que a ti. Ya sabes que todo depende del cristal con que se mire, y el de la verdad acostumbra a tener filos cortantes.
- ¿Me lo parece a mí o te has vuelto un tanto cruel?
- Te recuerdo que aquí todas las paredes están hechas de espejos, aunque no lo veas.
- Me voy a buscar a los demás.
- ¿Para terminar de devorarlos? Ni siquiera con ellos llenaras ese vacío que te carcome por dentro. Ese que te tiene amargado, iracundo, desesperado, pero que te da fuerzas para seguir, hasta que la herida se abra, sangres polvo, y las entrañas te salgan volando en forma de polillas. Muerto por dentro.
Le lanzo una vieja figura de cristal, que se rompe en mil pedazos al tiempo que mi oponente se desvanece.
- Sabes que no puedes salir ya.
- Claro que puedo.
- No.

Frío.