lunes, 1 de noviembre de 2010

Secretos que es mejor no contar

Antorchas, azadas y hoces. Gritos, insultos y maldiciones. La marabunta se dirigía hacia la cabaña de Mara, en las afueras de aquella aldea perdida. Mara, medio bruja medio adivina, no pudo ver en los posos de té lo que venía hacia ella. Hasta un minuto antes, no imaginaba que había dejado de ser una cíngara que vivía apartada (y criticada) para ser una hechicera a ojos de todos.

Tenía que pensar rápido. Tenía que huir. Sabía que no podía detenerlos con ninguno de sus trucos, y que confiar en la resistencia de la portezuela de su cabaña era como confiar en una cortina. Como confiar en el silencio de Ania

Rauda, cogió una capa y un saquito de hierbas muy raras, y salió por la ventana de atrás, la que daba al bosque. Tras ocultarse, y mientras los aldeanos destruían su hogar, Mara se dedicó a recordar. Recordó el día en el que se asentó en la aldea, al poco de morir su padre, siendo así la última de la familia, y recordó también el día en el que conoció a Ania. De aquello hacía ya dos años, cuando Ania era una pelirroja pecosa que no llegaba a los veinte años y ella acababa de cumplir los veintidós. La joven tropezó mientras llevaba agua del pozo, que no quedaba lejos de la cabaña de Mara, y ésta fue a ayudarla. Tras aplicarle unas vendas empapadas en aceites medicinales, le aconsejó que volviera a los 3 días para retirárselas.

La cíngara sabía que no convenía llamar la atención, pero desde el primer momento le atrajo la muchacha, y cuando ésta volvió, tras quitarle la venda se quedaron hablando durante horas en la pequeña choza. Pasaron los días, las semanas y los meses, y las dos mujeres vivieron un intenso y oculto amor, a pesar de que Ania estaba prometida a un muchacho de la aldea, el hijo del molinero.
Entonces Mara pensó en lo tonta que había sido al confiarle su secreto a la inocente muchacha. Cuando le reveló que sus talentos iban más allá de las hierbas medicinales, Ania juró guardar silencio, pero finalmente no fue capaz. Se lo contó a su hermana, la única que conocía su relación con ella, y que le había ayudado a ocultarla tantas veces. Pero está vez no guardó su secreto, y pronto todo el pueblo estuvo al tanto de la condición de Mara.


Al día siguiente, tras la noche de furia y destrucción, Ania fue a la cabaña de su amante. Por suerte, ésta no había sido quemada, aunque el interior estaba totalmente destrozado, todas sus cosas y muebles tirados por el suelo, todo lo que había sido la vida de una persona, destrozado. Encontró una camisa raída en la que percibió el olor de su pelo, esa melena azabache que tanto le gustaba a ella. Observó con el corazón encogido todos los utensilios que empleaba Mara para sus actividades, todos sus ingredientes, desparramados por el suelo.

Y en mitad de aquel caos, lloró. Lloró por haber sido tan tonta de desvelárselo todo a su hermana, por no haber sabido proteger a su amante, por no haber podido hacer nada por ayudarla. Lloró y deseó saber utilizar todo aquello para crear un sortilegio que le dijera donde buscar, a donde tenía que ir para poder fugare lejos con su amor. Pero no sabía.

― ¿Qué mierda haces aquí, Ania?

Cuando ésta se volvió, se encontró a su marido en el umbral, con una expresión nada amigable.

― Viktor…

― Tu hermana me ha dicho lo que hacías con esa puta gitana. ¡Golfa!- y le asestó una buena bofetada a su esposa.- ¿Has venido a buscarla? ¿Es que te habías olvidado de que tienes un marido?

― Por favor, Viktor, tú nunca me has querido igual que yo no te quiero a ti. Ojalá supiese donde está para irme con ella.- Contestó Ania en un golpe de rebeldía.

― ¿Cómo te atreves a decirme eso? Puede que tenga que enseñarte un par de cosas.

Unos minutos después, Viktor salía de la cabaña con las manos manchadas de sangre, y en su interior tan solo quedaba el cadáver de una muchacha, que empezaba a enfriarse.

Cuando Mara volvió a su cabaña, en busca de algo que pudiera salvar de entre sus pertenencias, encontró algo que no esperaba ver, y al instante supo quién había sido el asesino. Tras abrazar aquel cuerpo sin vida, y mancharse de sangre ya coagulada, la cíngara se dispuso a recoger todo lo que quedaba de su antigua vida en aquella casa. Cuando lo tuvo todo listo, preparó su despedida del pueblo. Con los ingredientes que aún le quedaban en buen estado, preparó un dulce veneno que no dudó en verter al viejo pozo.

Tras imaginarse durante unos segundos a Viktor vomitando sangre, suspiró y su silueta desapareció en el bosque.

domingo, 3 de octubre de 2010

Decepción, para variar

Una vez más, Octubre.
Este año no parece traer nada bueno. O, bueno, al menos no mucho
Parece que es un ciclo que se repite. Veranos intensos, otoños de altibajos. Y además, se acerca el invierno.
Una vez más, me siento vacío por dentro, y frío por fuera.
Una vez más, Radiohead.
Parece ser que da igual cuánto te esfuerces por alguien, cuanto rías, cuanto compartas y cuanto sufras por esa persona. Porque al final, te encuentras que ya no está. Que nunca estuvo. Que lo que creiste conocer era solo una faceta.
Una lástima. Puse muchas esperanzas esta vez. Y al final, todo terminó como siempre, en decepción. Pero al menos no me pilla de sorpresa.
Al menos ya soy lo bastante fuerte para entender que no soy peor que nadie, y que no tengo por qué cambiar, porque nadie intenta cambiar por mí.
Así que se acabó el luchar por nada.
Echaré de menos a la gente que fuisteis.

sábado, 24 de julio de 2010

El Buhonero. El Artista. El Fin.

― Una buena historia, ¿verdad?
― Verdad.- contestó el buhonero, poco antes de iniciar la marcha. Frente a él, el artista del alambre, en un breve descanso entre función y función, mantenía la mirada perdida en el recuerdo mientras hablaba con él.- Pero como todas las buenas historias, ha llegado a su fin.

― Cierto. ¿A donde irás ahora?

― Puede que al fin vuelva a mi hogar. Si es que recuerdo el camino, claro. Aunque solo estaré de paso. Ya sabes, la misión de un buhonero no acaba nunca.

― Lo sé. Los artistas podemos decir lo mismo. La gente empieza a estar inquieta, ¿lo notas? Tengo que quedarme hasta el final. El público necesita sueños, necesita una distracción antes de que se ponga el Sol.

― Suerte, entonces. Espero que volvamos a vernos. Algún día, en algún lugar…

― Seguro que sí. Vamos, ve. Te queda un largo camino y ese carromato no parece muy rápido.

Tras esta charla inicié mi camino. Como buhonero, estoy acostumbrado a no permanecer demasiado tiempo en el mismo sitio, pero resulta agradable tener amigos como el Artista de los que despedirse.

El Buhonero es un hombre especial. Sin duda lo echaré de menos. Pero, ahora que ha llegado la hora, tengo otros quehaceres. Aún tengo tiempo para una función más antes de que todo esto termine. Puede que ya esté viejo y no me mueva como antes, pero no estoy acabado.

Esta historia fue una vez la favorita de alguien. Pero ese alguien ya ha dejado de creer en tonterías. Por eso la historia se acaba. Todos debemos madurar, abandonar los cuentos, y con ellos, la magia. Y cuando el Dragón Rojo inició el vuelo, todos supimos que esta historia en concreto había acabado.

Unos pocos kilómetros después de salir de la capital, he pasado junto a la casa de la Bruja, una vieja amiga. Se ha llevado un último artilugio, y un abrazo de regalo. Sabe que le espera un nuevo destino, y ha de hacer las maletas. En esa parada se ha bajado también el Gato Negro, al cual veo ahora mismo, en la oscuridad, volando sobre una mariposa. A todos nos aguardan destinos diferentes.

Por lo que he podido comprobar, la Reina también está al corriente de la situación. Una lástima de mujer, sinceramente. No siempre fue tan… regia. Me pregunto que le deparará el futuro, en qué intrincada historia se colará por arte pluma y tintero. Si es que no se queda aquí anclada.

Al terminar mi función, las nubes cubren el cielo, y falta poco para la puesta de Sol. El fin comenzará donde comenzó el comienzo, en la capital, y resulta evidente que ya ha comenzado. Las calles se han vuelto grises, difusas, y todo comienza a estar envuelto en un toque de irrealidad amenazador. Está lloviendo. La ciudad empieza a borrarse, como la tinta que se vuelve ilegible al derramar una bebida sobre el papel. “Tranquilos, amigos, no pasa nada. Mirad a las marionetas”

Ya casi he llegado. El horizonte. El paso de una historia a otra. Hay una nueva leyenda formándose al otro lado, y es mi deber llevar el encanto y las maravillas a este lugar. En mi carromato aún queda casi de todo, y eso que ya vendí casi de todo en esta tierra. Me pregunto donde apareceré.

Lo cierto es que estoy cansado. No me apetece seguir con esta tarea. Solo iré de paso, dejaré lo justo, y buscaré un relevo. Anatolia me espera, y ya estoy cansado de seguir con la historia. Pasaré mis últimos años donde me corresponde, en casa.
Adiós, mundo.

* * *

El Dragón Rojo apareció en un lugar llamado Valyria, reino de los destinados a ser grandes.

El Gato Negro fue a parar en un mundo hostil y aterrador, llamado Mundo Real. Allí pudo ver al Artista del alambre, el cual narraba una historia que le resultó muy familiar.

La Bruja aterrizó en un castillo llamado Kiamo Ko, en el reino de Oz, y descubrió que su piel había adquirido un curioso tono verde.

La Reina siempre pensó que moriría con su reino, pero de pronto se encontró en el País de las Maravillas, con unas cartas como custodia.

El Buhonero continúa rumbo a Anatolia, cruzando todos esos lugares en el camino.

viernes, 18 de junio de 2010

Odio las hormonas

Bueno, creo que son las hormonas. O mi subconsciente.
Sea lo que sea, domina mi manera de ser, mis emociones, mide mis ganas de vivir y de sonreir, y me maneja a su antojo como si todo yo fuera una hoja perdida en el viento.
Sólo sé que ha vuelto a empezar. Ese ciclo autodestructivo de cuando debería ser feliz, esa sensación de frío. Frío causado por soledad, por frustración y por envidia. Volver a escuchar Nirvana no puede augurar nada bueno...

Lo odio. No tener un motivo. Podría estar triste, no me importaría, si al menos tuviera alguna razón mínimamente coherente para ello. Querría saber qué me pasa. Por qué, cuando lo tengo (casi) todo para ser feliz no lo soy. Por qué tengo esta tendencia a boicotear mi alegría.

No me gusta ser una carga para los demás. Realmente no me gusta, pero hay un sentimiento egoísta que me empuja a arrastrar a la gente conmigo. No sé si eso es ser una mala persona. Ya no sé nada.

Ojalá no pensara tanto, ojalá me limitara a encajar en alguna parte y sonreir. Quizá con una pizca de suerte... no sé.

Me bastaría solo eso, un motivo.
Una causa.
Porque sin ella, no tengo nada que arreglar, no tengo nada que combatir.
Y necesito un objetivo. A lo mejor esto de estar desocupado no me hace ningún bien...
En fin, se hará lo que se pueda.

domingo, 6 de junio de 2010

El ladrón


Originalidad. Talento. Son bienes preciados, y escasos.
Es lo que diferencia a una persona especial, lo que convierte al artista en famoso y admirado.
Totalmente intransferible y auténtico.

Nacido en una pequeña ciudad del interior, Gabriel Miranda, amante de la naturaleza, jugador de bolos amateur y pintor ocasional, era, ante todo, lector y escritor empedernido. De hecho, era así como se ganaba la vida, escribiendo. Esta sería una buena carta de presentación.
Comenzó modestamente, publicando relatos breves en revistas de mayor o menor tirada, pero pronto los editores observaron que la escritura de Gabriel tenía algo distinto, un toque embriagador que volvía a los lectores más y más voraces hasta que casi se comían las páginas.

De modo que nuestro amigo pronto tuvo la oportunidad de publicar un libro íntegramente suyo. Al ser un escritor poco conocido, la primera edición de Techos de cristal, su primera obra, apenas llegaba a los 1000 ejemplares. Al principio sólo se vendieron unos pocos, pero cuando la crítica empezó a alabar su genuina prosa, las ventas subieron como la espuma. Se hicieron más y más ediciones, cada vez más cuantiosas y el premio al Escritor Revelación consolidó su éxito.

A esto le siguieron años de éxito, con sus correspondientes firmas de libros, fiestas, etc. En la actualidad, los libros de Gabriel Miranda se esperan con ansia y la primera edición se agota a los pocos días.
Lamentablemente, Gabriel está ya acabado. A sus treinta y ocho años ya ha escrito todo lo que tenía que escribir, no queda nada en el tintero. Los años de frenética e incansable escritura han terminado con todas sus ideas. Han pasado dos años desde su última novela, y la editorial empieza a clamar por otra maravilla de la literatura.

El consumo de estupefacientes y demás “estimulantes”, a los que recurrió en situaciones similares, ya no lo ayudan con su obra. Antaño una pastilla o una inyección podían despertar (o adormecer) su mente llevándola a una explosión de creatividad sin frenos, en la que podía crear historias inimaginables, que encontraba escritas de manera casi incomprensible a la mañana siguiente, con dolor de cabeza.

Una tarde, el escritor sale a dar una vuelta. Le apetece pensar en otra cosa, por lo que entra en un local y pide una infusión. Una vez lo tiene entre las manos, humeante, desde su mesa echa un vistazo al lugar. Luz tenue, cuadros y tapices en las paredes de madera descolorida, una atmósfera de humo dulce e historias que lo envuelve todo…

De pronto, encuentra a un hombre elegantemente vestido sentado a su lado. El pelo negro y aceitado cae sobre sus hombros en suaves ondas, y sus ojos oscuros lo observan inquietantes.

― Yo sé quién eres.- dice- Sé qué es lo que quieres, y sólo yo puedo ofrecértelo.

― ¿Qué sabes tú de mí? ¿Quién eres?

― Mi nombre es Dorian, y sé que te ahogas en la frustración, que tu pluma es incapaz de escribir. Yo puedo arreglar eso.

― ¿Ah, sí? – Contesta mitad intrigado mitad incrédulo- ¿A cambio de qué?
― Nada. Tan solo te pediré un pequeño favor, un día. Nada fuera de tu alcance. ¿Y bien? Sólo tienes que decir sí.

El calor adormece a Gabriel, y el aroma de la infusión lo embriaga. Como llevado por una extraña sensación, en el límite de la consciencia, contesta.

― Sí. – y el desconocido sonríe.


Esa sonrisa aún está presente en la mente de Gabriel cuando despierta de la siesta debajo de su periódico habitual, con fecha del 5 de junio de 2010.

El sueño lo recuerda difuso, pero maravillosamente inspirador. Comienza a escribir, y cuatro meses después su nueva novela está lista.

Él no tiene muy claro qué significaba el sueño, pero no le importa mientras todo siga así. Su psicólogo opina que era una historia de su subconsciente para marcar una etapa de nueva inspiración y a él le parece verosímil.
Gabriel vuelve a su rutina de creación constante de literatura de la más alta calidad, y no hay periódico que no se haga eco de su obra y sus éxitos. Cierto día, viene a su mente la más brillante de las ideas, la historia definitiva que marcaría un antes y un después en su carrera. Así nace El ladrón de la esperanza, una obra que se prevé sublime.

De modo que comienza a escribir. Página tras página, capítulo tras capítulo. Decenas de historias que confluyen, personajes de todos los tipos, en un entramado original y vibrante.

Centrado en su trabajo, va descuidando los demás aspectos de su vida. No sale de casa, no se relaciona, su higiene personal empieza a dejar mucho que desear, igual que la de su casa, y apenas come. Sólo escribe. Porque sabe que a la historia le falta algo. Se arranca mechones de pelo enteros intentando averiguar qué es, le come horas al sueño para dárselas al Ladrón, pero nada es suficiente. Sabe que tiene entre sus manos la mejor novela que ha escrito, puede que la mejor de toda la década, o de la centuria, pero es incapaz de concluirla. La locura empieza a adueñarse de su ser.

Una noche lluviosa sale de casa, con su pijama de franela raída y zapatillas de casa, sin afeitar y desarreglado, con su preciado su manuscrito en mano.

Entonces, entra en los bares, en los café-teatros, en los prostíbulos, se acerca a la poca gente que recorre la calle, en busca de respuestas. “¿Qué le falta?” repite una y otra vez agitando el texto. La gente lo rehuye e incluso le pide que se vaya, asustada por semejante chiflado. Entonces vaga, borracho de desesperación hasta que cae en el suelo, soltando su obra, que empieza a estropearse por la lluvia. Pero antes de que la tinta emborrone definitivamente las páginas, una mano enguantada la recoge y, aunque éste no lo sepa, responde a la pregunta de Miranda. Con impecable caligrafía del siglo XIX, añade lo que falta.
Una firma.

De pronto, Gabriel Miranda despierta de la siesta debajo de su periódico habitual, con fecha del 5 de junio de 2010. Confuso y aturdido aún por la experiencia onírica, hojea un poco las páginas, y encuentra una columna que reza: “Dorian Burton, con su El ladrón de la esperanza, cosecha éxitos sin precedentes y desbanca a Gabriel Miranda como líder de ventas”.

Gabriel recuerda. Un favor.

domingo, 23 de mayo de 2010

- No serás feliz hasta que te libres de una cosa. -le dijo la muerte al joven.
- ¿De qué?
- De ti.

sábado, 8 de mayo de 2010

No estoy

A veces me gustaría desaparecer.
Ser invisible.
Dejar de existir durante un rato.
Que no me tuviera(i)s que ver, librarte de la carga de mis preocupaciones, mi hostilidad, mis ganas de odiar, de hacer estallar el mundo...
Me gustaría ser ligero, volar, volar muy lejos donde nadie pueda oirme (y yo no pueda oir a nadie), donde nadie me juzgue, donde dé igual lo que haga.
Esfumarme, sí. Eso sería lo mejor para ti. Y puede que para mí también.
Pero no, estoy aquí. Angustiosamente amarrado al suelo, a la existencia. Aunque doloroso.
Así que aguántame o vete, como quieras. Pero no me mires así. No te preocupes, no quieras ayudarme. No puedes.


(El estrés genera este tipo de cosas. Fantástico, ¿no?)

viernes, 30 de abril de 2010

Pararrayos... Otra vez

Te asomas a la ventana, y la hueles. Tormenta
La sientes descargar toda su furia.
Deliciosamente fresca, salvaje, e inspiradora. Cuantos textos habrá dedicados a la tormenta...
Desearía que hiciera calor siempre. Morder cada día ese sabor a verano, como una fruta madura, como seda que se desgarra con pasión. Y acabar en tormenta. Cada noche. asistir al desenfrenado explotar de la atmósfera.
¿Quién quiere fuegos artificiales y cohetes habiendo rayos y truenos?
La mejor de las duchas nos espera en la hierba.
Dicen que un clavo saca a otro clavo.
Espero que esta tormenta se lleve a la que tengo en mi cabeza.
Así podré despertar mañana con esa sensación de serenidad total y absoluta, la de la calma después de la tempestad.
Y volver a pensar con claridad, y reir (a carcajadas), y soñar, y escribir...
Mmm, a veces me encanta esta bipolaridad que tanto detesto...


http://www.youtube.com/watch?v=30w8DyEJ__0

viernes, 16 de abril de 2010

Once upon a time...

Engañoso. Creo que la palabra correcta es engañoso. Así es el tiempo, ¿no?
Parece que pasa despacio, cada día se hace un siglo, pero de repente te has quedado sin él.
Echas la vista atrás y te sorprendes del camino que has dejado pensando en tus cosas mientras vagabas sin rumbo.

Vuelve el buen tiempo, y cuando hace bastante bueno como para quitarme la chaqueta, esto me recuerda a unos días no tan lejanos en los que también lo hacía. Septiembre. Octubre. Están ahí, al lado, casi los puedo tocar con la mano, parece mentira que haya una larga estación (porque mira que ha sido larga) de hielo de por medio,
Vaya, vaya, hemos pasado de "se acerca el invierno" a "el invierno ya pasó"... Curioso.

Los días entre semana se van esperando al sábado. Al fin llega, y como vino se va. Y qué decir del domingo, que apenas existe... Los días se hacen semanas, y las semanas meses, y los meses estaciones, y de repente resulta que no acabo de cumplir diecisiete, sino que estoy cerca de los dieciocho. ¿Cómo?

Pienso, recuerdo. En esos meses de sufrimiento, de hojas caidas y promesas rotas.
En el calor de un verano envuelto en irrealidad.
En un invierno que me vio renacer.
Pensaba preguntarme qué me espera en primavera, pero resulta que no me espera, está aquí. Otra vez el tiempo me ha engañado.

Sentimientos, emociones, han ido forjándome. A veces pienso que se me escapa la vida, cuando pienso en lo rápido que se va el tiempo. Luego, en días como hoy, me doy cuenta de que cada día es importante. Aunque no pase "nada". Cada uno madura a su ritmo, y cuanto más meticuloso sea el cultivo más brillará el resultado. Que pase el tiempo, yo no tengo prisa. Viviré el hoy, y seguiré sintiendo. Cada día más seguro, más tranquilo, mejor.

El tiempo cree que me engaña.
Puede que sea cierto, pero yo también tengo mis trucos ;-)

lunes, 15 de marzo de 2010

Bi bertsio


Oraindik goiz zen iritsi nintzenean, badakizu ni beti bost minutu lehenago heltzen naizela. Jatetxean bizpahiru bikote gehiago zeuden, arropa dotoreekin jantziak. Toki garestiegia zen, baina egun horrek merezi zuen. Dudarik gabe afari ahaztezina izango zen.

Denborak aurrera egiten zuen, eta nire koktelaren edari maila jaitsi ahala igo egiten zen alkoholarena nire odolean. Jadanik lehenengo bost minutuak igaro ziren erabakitako ordutik. Normala zen, bost minutu gehiegi ez dira, baina hain zara zu ordukoa…

Hamar minutu, bigarren tragoa eskatu nuen. Ez zen ezer gertatzen, ziur apaintzerakoan ordua joan zitzaizula. Atzerapena ia hogei minutukoa zenean, eta zerbitzaria txarto begiratzen hasi zitzaidanean, telefonoz deitzea erabaki nuen. Erantzungailu automatikoak esan zuen moduan, telefono hura itzalita edo estaldurarik gabe zegoen.
Ordu erdira ailegatu zen atzerapena, eta ziur aski erantzungailuko neskatoa nitaz gogaituta egongo zen. Deitzeari utzi nion azkenean “Oraindik itzalita dago, bai, utz nazazu bakean!” erantzungo zidan beldurragatik.

Minutu batzuk pasa eta gero, zerbitzariak, adeitsu, ezer gehiagorik ez kontsumitzekotan joan nendila proposatu zidan. Inoiz ez naute hain begirune handiz kanporatu. Orduan etxerako bidea hartu nuen, zeozer gertatu zitzaizunaren edo beharbada ikusi nahi ez ninduzunaren kezkarekin, ez daukat argi zein. Dezente kosta zitzaion motorrari piztea, hotzaren hotzaz.


“Kaka zaharra! Berandu helduko naiz. Ez, berandu da dagoeneko” pentsatzen nuen erruloak kentzen nituen bitartean, soinekoarekin borrokatzen nintzen eta falta zitzaidan oinetakoaren bila nenbilen. Guztia batera. Bereziki egun horretan, berandu ailegatuko nintzen. Korrika eta presaka sartu nituen beharrezko gauzak zorroan, oinetako madarikatua topatu nuen, eta ia-ia sartu nuen zorroan ere. Mugikorra goizetik desagertuta zegoen, eta ez nuen orduan aurkituko, beraz ez nintzen ezta saiatu ere.

Edozein moduan apaindu nintzen eta etxetik ziztu bizian atera nintzen. Eskailerak basati bat bezala jaitsi nituen bitartean (ez zegoen denborarik igogailuari itxaroteko) nire iletik errulo bat atera zen bortizki (eta nik guztiak kendu nituela uste nuen!), eta momentu horretan ateratzen ari zen bizilagun baten bekokira joan zen zuzenean. Hurrengo egunean entzungo nituen amonatxoaren kexak, ez bainuen denborarik.

Autoan sartu nintzen eta gutxi falta zitzaidan gurpilak zoruaren kontra erretzeko arrankatzerakoan. Kaleen artean gidatu nuen trafikoak uzten zuen bezain azkar. Orduan zurea bezalakoa zen auto batean erreparatu nuen. Ez, zurea zen! Ni, tuntun baten moduan, keinuak egiten saiatu nintzen beribiletik, baina begiratzen zenuela ikusi gabe ematen zuen. Mozkorturik al zeuden?

Orduan, zure semaforoa berde jarri zen, eta nik nahi gabe, senagatik, azeleragailua zapaldu nuen ere. Saiatu nintzen zu saihesten, baina okerrerako izan zen, galtzada izoztuak autoaren kontrola galtzea eragin baitzuen. Momentu batez gogoratu nuen zuk beti esaten zenuela ni benetako kamikaze bat nintzela.

Nire Seat gorria zure bigarren eskuko Volvoarekin aurrez aurre talka egin zuen. Ez ginen bizirik atera, ez zu, ez ni.


Baina orain behintzat elkarrekin gaude. Beharbada inoiz ez dut berriro zure azala laztanduko, eta ez dut zurekin begirada sakon bat trukatuko, baina gutxienez badaukat kontsolamendua. Gutxienez badakit gure lotura hori baino gehiago dela, sendoagoa, nahiz eta gau hartan oso sinkronizatuak ez egon. Edo beharbada kontrakoa izan zen?

sábado, 20 de febrero de 2010

Y aún así, sales

Te obligas a levantarte de la cama.

No te sientan bien las siestas no planificadas.

Te obligas a pensar que tienes que salir, relacionarte con los demás.

No quieres, no puedes.

Te preparas. Listo para salir, a regañadientes.

Empieza a granizar.

Genial.

martes, 16 de febrero de 2010

A las siete, en el Penélope

Melinda era una mujer con tendencia a perder cosas. Las llaves, el paraguas, la bufanda… Por eso tenía costumbre de coleccionar, de recoger todo tipo de cachivaches que encontraba por ahí, para compensar lo que ella perdía.

Vivía en un ático abuhardillado cuya hipoteca pagaba dificultosamente con un no muy bien remunerado empleo de camarera en un café de la avenida. Los 50 metros cuadrados de su hogar bastaban para ella y su gato siamés, y cada rinconcito de la casa era personal. Por doquier colgaban móviles extravagantes hechos con pedacitos de las cristaleras viejas de la catedral, la que están renovando. Las paredes estaban abarrotadas de pósters con las esquinas rotas, cuadros pintados por ella misma y unos pocos espejos en los que rara vez encontraba atractivo su reflejo.

En un rincón del salón había una chimenea antigua que no podía encender, pero le gustaba imaginar las llamas crepitar en ella. La casa estaba formada por: El ya mencionado salón, relativamente espacioso y muy iluminado. Un dormitorio pequeño con una de esas camas con barrotes clásicos. Un baño más pequeño todavía. La cocina. Uniendo estas cuatro estancias y como nexo al exterior, un pequeño pasillo, ni siquiera digno de mención.

En el trabajo, Melinda procuraba ser eficiente. No se le podía olvidar todo, como le solía ocurrir. Y a pesar de que a menudo olvidaba algún que otro café, ella sonreía siempre, y cuando le recordaban la consumición perdida, ella la servía siempre acompañada de una chocolatina, y a veces incluso un pastelillo de limón, de esos que ella misma preparaba en su cocina mientras cantaba inventándose las letras (las originales también se le habían perdido).

A pesar de naturaleza despistada, Melinda era muy observadora a veces. Es más, era su atención por los demás lo que la había olvidarse de sí misma. Conocía a los clientes habituales, sabía qué significaba que David pidiera café o té, o que Leonor se echara dos sobres de sacarina. Por eso acostumbraba también a dejar notas en las servilletas. Pequeñas frases para hacerlos sonreír. Una vez incluso le escribió con azúcar en la mesa a la vieja Gertrudis cuando su marido murió de cáncer, pero doña Penélope, la dueña, se enfadó con ella y no lo volvió a hacer. No quería perder su ático, y necesitaba el dinero. Trabajaba todos los días sus ocho horas, excepto los domingos, y un día cada dos semanas su jefa hacía un acto de bondad y le concedía un día libre más, a su elección. Dª Penélope, sin embargo, permanecía en el café Penélope (qué coincidencia, ¿no?) todos los días de ocho a ocho, con una breve pausa para comer.

Pero a las siete, cuando Mel salía del café, en la entrada esperaba siempre Robert. Su Robert, para recibirla con un beso. No podía decirse que fueran una pareja como tal, así como no podía decirse que fueran unos amigos corrientes. Eran gente especial, con relaciones especiales.

De siete a nueve, a Robert le pertenecían las risas, las miradas, las confesiones. Él era fotógrafo. Cada día le llevaba una foto nueva, y esa misma noche Melinda, que manejaba la pluma bastante mejor que la cafetera (y no porque la cafetera la manejase mal), escribía una historia para esa foto, que comentaban al día siguiente con una copa de vino.

Cierto día discutieron. Cierto día Robert dejó su copa con brusquedad y salió airado de casa de Melinda, con la cabeza alta y farfullando, sin reparar en las vías del tranvía que se lo llevó por delante.

Trágico, lo calificaron algunos. Devastador le pareció a Melinda un término mucho más apropiado. Asomada a la ventana, el fruto de su vientre se marchitó (por si no lo había mencionado, sí, Melinda estaba embarazada. Sí, de Robert). Una lágrima negra contaminada con rimel surcó su rostro de porcelana. Después entró a lavarse la sangre de su sexo.

Fueron pasando los días, Y Mel se fue convenciendo a sí misma de que Robert seguía ahí. Que se había montado al tranvía en vez de que el tranvía lo montara a él. Tan sólo lo había perdido, como perdió las llaves del cuarto de bicis la semana pasada. Pero las llaves las había encontrado aquella mañana en el cajón de las sartenes (no me preguntéis cómo llegaron allí). Así que cogió las llaves y salió en bici a buscarlo. Lo encontraría, le pediría perdón y él volvería a esperarla cada tarde a las siete. Estuvo mucho tiempo fuera, buscando. En el trabajo contrataron a otra a las dos semanas de su marcha, una tal Anne, rubia y pechugona. Pero nunca dejaba chocolatinas, ni notas en las servilletas.

A su buzón empezaron a llegar avisos por las facturas de la comunidad sin pagar.

Cierto día Sharon, una escuálida niñita, que siempre había sentido por la mujer que vivía dos pisos más arriba, vio la bici plateada de Melinda tirada en el rellano. Subió las escaleras de dos en dos hasta el ático y se encontró la puerta entreabierta. La abrió cuidadosamente, y cubierta de una fina capa de polvo, se encontró el hogar de la que era (¿o fue?) su vecina favorita.

Había muchas cosas. Elementos decorativos, amuletos, montones de fotos adjuntas a folios y folios escritos, un espejo tan sucio que devolvía una imagen borrosa. Flota cierto aroma a pastelillo de limón. Mil objetos distintos entre sí, algunos de ellos sin polvo, como si los acabaran de dejar. Pero ni un alma. Hasta el gato se había marchado

Supo que había terminado de buscar. Supo que hubiera dado o no con su objetivo, Mel no volvería jamás.

* * *

Café Penélope.

Siete de la tarde.
La puerta se abre, entra una ráfaga de viento.

El azúcar traza la vaga forma de dos nombres.
Una camarera llamada Anne lo limpia sin percatarse.
Doña Penélope observa.

lunes, 8 de febrero de 2010

Llueve, como siempre

Espero en el semáforo bajo la lluvia.
Un charco me devuelve una distorsionada imagen de mí mismo.
Sacó del charco su vivo retrato, diría Sabina.
Las finas gotitas de óxido de hidrógeno caen sobre mi cara, y junto con el viento frío me despejan.
Quizá al final la lluvia no sea tan mala.

Pienso en las horas pasadas bajo el mar, en busca de tesoros ocultos con forma de piedras y caracolas. En el agua caliente cayendo sobre mi espalda. En el agua fría poniendome los pelos de punta. En zambullidas sin pensar en pantanos y piscinas. En mágicas islas encontradas de repente, y pueblos y civilizaciones enteras bajo las aguas, esperando a ser encontradas.

Los delfines, las truchas, las sirenas, las estrella de mar. En el antiguo hogar de un cangrejo ermitaño aún se escuchan los susurros del oceáno.

Lo dicho, quizá al final la lluvia no sea tan mala. Aunque nunca me gustó, algo me une a ella.
Quizá tenga que ver con flotar livianamente, hasta que la entropía disminuye y te precipitas inevitablemente al vacío.
O puede que tenga que ver con ser la clave de la vida, los bosques, esa naturaleza de la que siempre he sido tan amigo.

Hoy, más que nunca, sé que mi elemento es el agua.

Puede que al final mi apellido sí sea Tully.

domingo, 7 de febrero de 2010

Night. Windows.

El ser humano tiene la mala costumbre de sentirse más especial de lo que es.
Todos, en algún momento, nos hemos sentido dueños de un pensamiento, de un sentimiento único, de una personalidad complicada que nadie más podía comprender. En algún momento por nuestra cabeza ha cruzado la descabellada idea de ser únicos, de ser diferentes, especiales.
A menudo creemos ser los únicos con dos dedos de frente, los únicos que piensan y se preocupan, los más maduros e inteligentes. Craso error.
En noches como ésta, miro por la ventana. A través del cristal veo decenas de ventanas con luces encendidas, y unas cuantas con las persianas bajadas.
Y me pregunto: ¿Habrá alguien mirando a traves de ellas, alguien que se haya sentido exactamente igual a como me siento yo, que se haya encontrado en las mismas situaciones que yo, que haya experimentado rabia, alegría, impotencia y desesperación de la misma manera que yo?
Seguro que sí.
Porque, recordemos, no somos especiales.
Es mejor que no se nos olvide nunca.
O cometeremos el error de despreciar a los demás, de sumergirnos en nuestro egocentrismo, y también el de no confiar en nadie.
Pienso en las decenas, quizá cientos de almas atribuladas que vivirán en el bloque de enfrente, y sus retorcidas historias.
Me dan dolor de cabeza

martes, 2 de febrero de 2010

=)


Resulta curioso poder encontrar algo de calor en los meses más fríos del invierno
Qué bien sienta volver a sonreir

domingo, 10 de enero de 2010

De todas las formas, colores y tamaños, evasión

Cuéntame una historia de hielo y fantasmas, de savia y lágrimas. De héroes derrotados y de hijas de la luna. De sombrereros locos y señoras verdes. De huargos que juegan ocho partidas ajedrez con leones. De razas increíbles y magia perdida. De dragones rojos y gatos negros. Cuéntame, hasta que las manecillas del reloj se mareen y el cuco se olvide de cantar, cuéntame como si fuera un secreto convertido en leyenda.

Cuéntame una historia inventada, que parezca real. De cómo hay mundos ocultos en las botas viejas y en el último cajón de la alacena, y de las gentes que nos miran como si fuéramos muñecos. Hazme una enciclopedia con los significados de un abrazo. Una historia de otro tiempo y otro lugar, en el que estemos tú y yo, pero sin ser los que están aquí sentados ahora mismo.

Háblame de los dos mundos, y de su fina conexión. Y también del tercero. Y de los que quedan por descubrir. Del sonido de un canto de sirena rasgando la calma del desierto, donde los camellos pastan en las verdes colinas heladas. De cómo suenan los maullidos de esas gaviotas que jamás llegarán a la costa y los gritos desesperados que siempre se susurran al oido.

Sé que puedes hacerlo. Sé que conoces el equilibrio para que la nieve y el vapor no se destruyan entre sí.

Déjame seguir el camino de baldosas de arcoiris, hacía un paraje de estrellas danzarinas y chismosas. Sumérgeme hasta lo más profundo de lo desconocido, y al llegar al fondo emergeré sabio por el otro lado.

Cuéntame esa historia que es un libro, que es un sueño, una canción, una sonrisa, un cuadro y ninguna de las anteriores.

Yo sólo quiero escuchar.

Mecerme en ese mar de palabras hasta que la corriente me lleve hasta esa isla en la que estamos todos. Allí donde todo brilla en dorado.

Ahora voy a cerrar los ojos...

sábado, 2 de enero de 2010

2 de Enero

Un año de blog, exactamente.
Hoy, quiero daros la gracias a todos los que os habeis pasado por aquí alguna vez, los que me habéis animado con algún comentario, y a los que habéis seguido cada historia en silencio.
Significa mucho.

viernes, 1 de enero de 2010

eta Urte berri on

Y sí, antes de lo que creíamos todos, ha llegado un año nuevo.
Todos hacen sus listas de propósitos para el 2010, esos como dejar de fumar, ir al gimnasio, beber menos, centrarse en los estudios…
Exacto, esos que no se cumplen nunca.

Yo, en cambio, haré mi lista de peticiones al nuevo año:
1-Risas, y en cantidades industriales.
2-Volver a lo que fuimos, sin dejar de avanzar.
3-Un poquito más de responsabilidad (esta me la pido más bien a mí).
4-Que haya buenos momentos, pero también algún que otro malo. No quiero ablandarme demasiado.
5-Seguridad y confianza en mí mismo.
6-Alguna tarde de café con baileys, de esas que ya no se celebran.
7-Imitación de sucedáneo de copia del amor (roce).
8-Madurar. Mucho.
9-Enraizarme. Asentarme. Conocerme.
10-Transparencia.
11-Salud.
12-Y sobre todo, sueños =)

Espero no ser demasiado egoísta.

Y me da igual no ser original y que todo el mundo haga este tipo de cosas :D

http://www.youtube.com/watch?v=OwaJbj1I_f4