sábado, 28 de abril de 2012

Sweet Caroline

Llegaste a mi vida como un remolino. Viento, colores, y hojas de otoño. Como un amanecer. Me elevaste del fango a lo más alto, y desde allí nos reímos del mundo. Resultaba deliciosamente refrescante, como un mordisco a la vida, sintiendo su sabor derramándose por nuestros labios.
Yo no te esperaba en aquel andén, y está claro que tú pasabas de casualidad. Sin embargo, bastó cruzar una mirada para saber que estábamos hechos para volar. ¿Cómo puede proyectarse el Sol con una mirada?
Compartimos momentos gratos, en el bosque y entre las sábanas, en el bullicio de la ciudad y en las solitarias rocas del acantilado. Bufandas de colores en invierno, derretirnos juntos en verano.
El verano... Sobre todo el verano. Coincidimos en la estación y nuestro tren nos dio un largo camino juntos.
Cabía esperar que el viaje duraría para siempre. Sin embargo, ahora me encuentro intentando parar ese tren, intentando parar un Sol decidido a ponerse, a abandonarme, y que lo hace en el más desolador de los silencios.
Una de las cosas que más añoro es la simpleza, la tranquilidad de confiar en a dónde me lleva el tren. Ahora he de trazar mis caminos solo, y resulta cuanto menos amenazador.
Cada destello me recuerda a ti, en cada amanecer estás tú. Pero tú sigues volando, volando en dirección al Sol, donde tu silueta se recorta contra la bola de fuego, cegándome y haciéndote invisible puede que irreversiblemente.
Por siempre tuyo, B.K.

domingo, 22 de abril de 2012

La primera bruja


Lena disfrutaba tranquilamente de su paseo diario por la colina. Aquel era su momento preferido del día. Caminaba descalza por la hierba, con una fina blusa y una falda vieja como atuendo, y gozaba de los placeres que la naturaleza le ofrecía.

 Dejaba que el viento alborotara su larga melena castaña, que la suavidad de la hierba acariciara sus dedos y admiraba embelesada el espectáculo de luz y color del crepúsculo.

Aquella tarde, sin embargo, algo cambió.

― Lena –la llamó una voz cuya procedencia no pudo localizar.

Lena miró a los alrededores sin entender, pero la voz continuó:

― Tú eres la elegida. Tú serás la primera bruja.

En ese momento Lena sintió como un torrente de cálida energía penetraba en su interior y su mente se llenaba de claridad y comprensión. Supo así que el poder de la magia residía en la mente y en las antiguas palabras, que mucho de lo que la gente llamaba brujería no era otra cosa sino ciencia, y que los hechizos de los que ella había oído hablar sólo eran burdos trucos de farsantes aprovechados.

            Y a partir de ese día la primera bruja comenzó a indagar en el misterioso mundo de la magia. Fascinada por el arte de la brujería, se dedicó a los hechizos y las pociones, los ritos y las conjuraciones, a convertirse en una gran hechicera.

Pasados los años, creyó que ya había estudiado suficiente y ya era bastante sabia, por lo que decidió que lo correcto era compartir sus conocimientos y habilidades. Observaba a las jóvenes muchachas del pueblo sin acercarse a ellas, y evaluaba su posible talento y sus ganas de aprender, y las seleccionaba para instruirlas como brujas.

Gracias al contacto con aquellas chicas, Lena se enteró de que en los años transcurridos, en el pueblo se había hablado mucho de ella y de su aislamiento, y que Lena había dejado de ser Lena, ahora se la conocía como La Bruja. A partir de entonces, cada vez más chicas se negaban a ir con ella y una incluso salió corriendo al verla. La siguiente (algo más razonable) sí habló con ella y le dijo que ya no era simplemente La Bruja. Su estatus había sido elevado al de Bruja Malvada, que endemoniaba a las chicas para que le sirvieran.

Pero nada de eso le importó. Ella siguió enseñando a las jóvenes aprendices de bruja todo cuanto sabía.

Un buen día, una de sus alumnas le hizo una pregunta que no supo contestar. “Será un fallo en mi memoria”, pensó. Buscó en todos sus apuntes, sus anotaciones y sus esquemas, pero no dio con la respuesta. Experimentó, practicó y comparó resultados, pero todo fue infructífero.

A partir de aquel día sus alumnas dejaron de serlo para convertirse en sus compañeras. Se dio cuenta de que le faltaba mucho para ser una buena maestra, y entre todas formaron un grupo, un aquelarre, como a ellas les gustaba decir, para mejorar y ampliar sus conocimientos y facultades.

Pero los vecinos del pueblo desconfiaban de las brujas, las temían, y por ello también las odiaban. Ellas trataban de acercarse a ellos ofreciendo toda clase de regalos, por lo general ungüentos mágicos y objetos encantados, a fin de que sus antiguos vecinos volvieran a confiar en ellas, pero ellos los veían como trampas y maldiciones.

Un aciago día, un grupo de aldeanos exaltados atacaron el pequeño grupo de cabañas donde vivían las brujas, dispuestos a acabar con aquella amenaza. Lena intentó hablar con ellos, confiando en su buena fe y raciocinio.

La mataron.

Lena fue enterrada en la misma colina en la que una vez la magia le fue concedida, y el mismo día del entierro sus compañeras decidieron que se iban de aquel lugar marcado por la muerte de su mentora. Un par de días más tarde cogieron las escobas que usaban para espantar a los cuervos que solían posarse en sus tejados (y también llenarlos de excrementos), les echaron un simple conjuro de levitación, y esa misma noche alzaron el vuelo hacia tierras lejanas, abandonando el pueblo para siempre.

Pero antes las brujas decidieron homenajear la memoria de su instructora., y sobre su tumba erigieron una estatua esculpida por ellas mismas que representaba a Lena con el pelo y las ropas ligeramente agitados por el viento, con un libro en una mano y alzando la otra hacia el cielo. También protegieron el lugar con sus hechizos de protección máxima para asegurarse de que nada derribaría la estatua.

Y desde entonces, la imponente sombra de una bruja se proyecta cada atardecer sobre el pueblo que vio nacer y acabó con La Primera Bruja.

jueves, 5 de abril de 2012

Vapor

Voy a clase.
Voy a la biblioteca.
Voy al campo.
Salgo con mis amigos.
Sonrío, hago bromas.
Charlo.
Finjo interés.
Hago el mono.
Porque no me importa. Nada me importa. Camino por la vida sin detenerme en ninguna parte. Veo lo que se rompe a mi alrededor. Soy consciente de las personas a las que ya no veo. Veo a la gente marchar. Veo a gente acercarse, ofreciéndome lo mejor de sí misma, lo cual amablemente declino.
Y me duelen, sólo por un instante, todas esas cosas. Pero sigo caminando y quedan todas atrás. Quedan fuera de mi realidad construida, en la que no importa nada personal, en la que la rutina se desarrolla impasible y ajena a todo eso. De vez en cuando, me quedo solo y tengo un momento para pensar, y me duele otro poquito. Pero enseguida se acaba. Porque antes sufría por sentirme solo, incomprendido, decepcionado, inútil, pero hasta eso lo ahogo ahora.
Porque no me importa nada. Ya nada me cala hondo. No sé si ha sido por las ilusiones y las decepciones, la clásica historia, pero ya simplemente no hay respuesta. Si ahora mismo me dieran una descarga  de 200 joules con un desfibrilador, estoy convencido de que mi electrocardiograma no mostraría ninguna respuesta.
Y sin embargo, se me parte el alma cada vez que me miro al espejo. Porque que nada me importe, sí me importa. Cada día más frío, cada vez un poquito menos vivo. Odio convertirme en esa persona, y no obstante ya lo soy.
¿Hasta qué punto no va a importarme que las conversaciones con las personas que fueron más cercanas ahora sean secas y distantes? ¿Cuanto aguantaré la falta de ilusiones, de inquietudes, de sueños? ¿Cuándo estallará todo como un géiser, liberando el vapor a presión? Porque tanto empieza a quemar y a apretar.
Y lo más importante, ¿cómo ocurrirá?
Debería ser honesto conmigo mismo, espabilar y sacarme a mí mismo adelante. Hacer algo de mí y de mi vida en lugar de compadecerme y dar lástima en rincones perdidos de Internet. Y sin embargo aquí estoy quejándome, y me encuentro que soy incapaz de seguir mis principios, que se contradicen entre sí.
A partir de cierta hora debería estar prohibido meditar. Se evitarían autodestrucciones.