lunes, 16 de enero de 2012

Descenso recurrente

Relojes sin manecillas. Pájaros de piedra. Un espejo roto. Cartas a nadie amontonadas junto a la pluma que las escribió. En el suelo, frascos de tinta vacíos. En la ventana, las Ruinas del Verano. Plumas ensangrentadas e hilos de sutura sobre la cama. Huesos. El cetro oxidado. Un invernadero vacío. La caja de música, rota.

- ¿Otra vez aquí?
- Uno siempre regresa a donde realmente pertenece.
- ¿Qué fue esta vez?
- Más o menos lo de siempre. Lo de siempre 2.0. Estamos en enero, por si te sirve de pista.
- Comprendo... Sinceramente, pensé que ya no volverías a bajar.
- Yo también. Pero se han dado la situación, la hora y la música adecuadas.
Apoya la mano sobre mi hombro y me recuerda:
- Te advertí que no dieras nada por hecho.
- Déjame en paz.
- No estarías aquí si quisieras que te dejara en paz. Así que te aguantas. Siempre se puede ir más abajo, siempre puedes venir a parar aquí, tú mismo lo has comprobado. O más abajo. Ya sabes, donde los goblins. ¿O eran Bogles? En fin, tú sabrás. Lo único que está claro es que, por mucho que se intente, nunca se consiguen cerras las puertas del Averno.
- Ya, ya me he dado cuenta. Pensaba que sólo era cuestión de fuerza el no regresar aquí. ¿Quién eres? Nunca lo he tenido del todo claro. Nunca me lo he planteado tampoco.
- Vaya una pregunta. ¿Es que necesitas confirmación para todo? Nah, ya sé que sí. Sólo soy tú. El tú que siempre vive aquí, claro. El tú de cuando estás vacío. En el apartado rincón al que te has prometido mil y una veces no volver. Sin embargo, uno siempre regresa a donde realmente pertenece, como bien has/he/hemos dicho.
- Estoy harto de ti y de este sitio. Antes me resultaba tristemente relajante, ahora lo aborrezco. ¿Dónde están los demás?
- ¿Los demás? Jaja. ¿Quieres decir los que no has matado aún?
- Yo no fui, fuiste tú.
- Ya... Claro.
- Sí que fuiste tú. ¿Dónde están?
- La mayoría, escondidos. O demasiado débiles para aflorar. Al borde del ahogamiento. Cualquiera se arriesga a salir, contigo ahí.
Un golpe, y una sombra está en el suelo.
- Esto no me duele más a mí que a ti. Ya sabes que todo depende del cristal con que se mire, y el de la verdad acostumbra a tener filos cortantes.
- ¿Me lo parece a mí o te has vuelto un tanto cruel?
- Te recuerdo que aquí todas las paredes están hechas de espejos, aunque no lo veas.
- Me voy a buscar a los demás.
- ¿Para terminar de devorarlos? Ni siquiera con ellos llenaras ese vacío que te carcome por dentro. Ese que te tiene amargado, iracundo, desesperado, pero que te da fuerzas para seguir, hasta que la herida se abra, sangres polvo, y las entrañas te salgan volando en forma de polillas. Muerto por dentro.
Le lanzo una vieja figura de cristal, que se rompe en mil pedazos al tiempo que mi oponente se desvanece.
- Sabes que no puedes salir ya.
- Claro que puedo.
- No.

Frío.