sábado, 31 de diciembre de 2011

You said goodbye and I said hello

Los adioses siempre van seguidos de holas, es la conclusión de hoy.
Igual que el año saliente da paso a uno nuevo, los que se marcharon dieron paso a otros.
Lloramos, gritamos, lo celebramos, echamos de menos, nos sentimos más libres, nos arrepentimos, por alguien que se fue y sin duda, dejará un vacío irreemplazable dentro de nosotros. Pero en realidad, pocos vacíos son irreemplazables. Muy pocos. (Aunque los que lo son, lo son irremediablmente)
Y mirando a tu alrededor, descubres que las personas que se fueron rápidamente fueron sustituidas por otras. A veces el sustituto no es sino una versión evolucionada del que se fue, a veces es alguien que siempre estuvo ahí, y nos muestra una nueva cara, o a veces es alguien nuevo y refrescante.
Este año se han ido personas, en muchos sentidos. Otras han vuelto. Otras nuevas han aparecido. Porque el mundo sigue girando, nos guste o no, y nosotros con él. Y aunque pensemos que las cosas son inamovibles, que nunca lo superaremos, que "sin ti no soy nada", de eso nada.
Por cada adiós viene un hola, sólo hay que saber verlo.
Así que sugiero que el propósito para el año que viene sea simplemente "Hola".




domingo, 25 de diciembre de 2011

Sueños


Al hombre le gustaba viajar. Se había tumbado sobre las algodonosas nubes blancas, había nadado en el fondo del mar, entre coloridos arrecifes, con peces de todos los colores, había visitado países extraños que nadie más conocía, había viajado al espacio y había tomado el sol en la Luna. Había explorado las más salvajes selvas, acompañado de fantásticos animales que ni la mente más creativa podía imaginar, había visto el futuro y el pasado.

            Pero todo eso lo hacía siempre  al amparo de la noche, en un áspero y frío carruaje textil, con los ojos cerrados.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Up-down, bottom-up

Como en una montaña rusa.

Un día me muero por vivir un poco más, me desgarro los límites de mi propio ser clamando por un poquito más de sentimiento, de emoción, de vibrante pulsión interna que me guíe hacia el frenesí que es vivir una vida rebosante de acción, drama y emoción.

Otro día sólo quiero apagarme, hacerme invisible a todo y a todos, volatilizarme, atenuar el sentir hasta niveles no detectables, ataraxia, simplemente vaciarme de todo vestigio de humanidad y ser sólo viento, ligero, invisible e imperturbable. Gélida serenidad.

Ahora más que nunca lo veo, y me pregunto si alguna vez lograré escapar de este ciclo. De esta repetición constante y periódica de estados de ánimo opuestos. Si maduraré y aprenderé a aceptar que la vida es más que una sensación nocturna en un ataque de insomnio. 
Lo veo todo tan absurdo, tan carente de sentido, que me pregunto si no estaré avergonzándome a mí mismo en un futuro ante tanta estupidez.
Aunque supongo que uno nunca se encuentra con lo que estaba buscando. 
Es lo maravilloso y lo aborrecible de esta vida.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Dame alas y volaré hasta perderme de vista

"Bienvenido al Mercado Negro", reza el cartel, "Recuerde olvidar que estuvo aquí"


Paseo entre los puestos del mercado, ojeándolos, pero sin detener la vista en nada concreto. No quiero llamar la atención de los comerciantes. Hoy salí de casa, abrigo en mano, y me sumergí en la niebla nocturna, sabiendo que era aquí donde necesitaba venir, a pesar de no haberlo pisado nunca antes. Evidentemente, no he olvidado coger mi reloj de plata ni mi amuleto de obsidiana. Las hebillas de las botas son las nuevas.


Viejas adivinas y crasos mercaderes. Inciensos e infusiones. El aire de misterio y prohibición que flota en el aire. Sencillamente embriagador.
Doncellas que ofrecen algo más que sus encantos: Sus miradas, su sabor, y la esencia misma de su juventud.
Los lienzos viejos se mezclan con los vidrios lacados que hacen las delicias de quienes disfrutan contemplando su reflejo en la pared. Los lienzos nuevos están listos para venderse a aquél que ose desgarrar su magnífica blancura.


Un objeto llama mi atención. Un candil. "Para cuando uno necesita iluminar una mente nublada". La mía es una mente nublada, sí. Me acerco, pregunto por el precio. Uff, muy caro. Y, sinceramente, conozco a gente a la que le vendría mejor que a mí.


Sigo mi camino, y entro en una librería. Las estanterías de madera carcomida apenas parecen soportar el peso de su carga, que va desde historietas de pocas páginas hasta voluminosos tomos en idiomas que no me suenan familiares. Observo uno más de cerca. "Para llamar a alguien perdido". Un manual con un método presuntamente infalible para traer de vuelta a alguien que se fue. Echando un vistazo al índice, Amigo, Hermano y Amor parecen las categorías más interesantes. No estoy por la labor de descifrar las intrincadas instrucciones , así que prefiero dejarlo donde lo he encontrado. Además, me pasaría el día llamando a gente, y no es cuestión de fundirles el timbre interno.


En "Elixires, infusiones y tónicos de Antaño" me llama la atención un frasco con un líquido rojizo, espeso y con cierto olor metálico. Una diminuta anciana se me ha acercado y me ha comunicado que ese es su último frasco de Elixir Para Calentar Un Corazón Congelado, y que a no ser que tenga intención de comprarlo, más me vale quitarle las manazas de encima.


La siguiente tienda en la que entro vende plumas. De faisán, de albatros, de halcón, de águila imperial, de mirlo, de búho, de estornino, de cisne, de quebrantahuesos, todas las que os podáis imaginar. "Dame alas", digo. "¿De qué tipo de pluma?" inquiere el dependiente. "Roc. Mi viaje es largo". "No te saldrá barato". "¿Basta una vida entera como pago?"


Y salgo con mis alas de Roc, la más majestuosa de las aves. Miro a la luna menguante, y extiendo mis alas. El viento que generan es suficiente para limpiar de niebla todo el mercado. Un par de sacudidas y estoy en el aire.


Le digo adiós a una vida. Según van cayendo mis penas, mis sueños, mis esperanzas y mis temores, me siento más y más ligero. Se quedan atrás. Pienso en aquellos que me añoraran, que lloraran mi marcha. En los que creyeron no necesitarme más, y que serán los que más me echen en falta. En los que yo lamento dejar. En la vida que una vez fue mía, y que ahora pertenece a un aún más craso mercader. Pero esos pensamientos se van perdiendo, se evaporan al contacto con la brisa. 


Voy sintiendo... Bueno, en realidad estoy dejando de sentir.


Sólo noto ligereza. 


Pierdo el color. 


Pierdo la materia. 


Pierdo el alma. 


Pierdo hasta las plumas de mis alas.


Y desaparezco, sin más forma que la del viento.

jueves, 6 de octubre de 2011

Run, fly, live!

Creíamos que nunca creceríamos. Creíamos que nunca nos haríamos viejos. Que los diecisiete años y 364 días durarían para siempre, que las fronteras quedaban mucho más lejanas. 
Pero aquí estamos, cada día un poco más cerca de la veintena, con un pasado que pasó sin darnos cuenta de que pasaba. Encontramos que las costumbres a las que nos creíamos aferrados, han mudado de manos, y en realidad estamos agarrados a recuerdos.
Se me ha escapado la vida.
Se nos escapó a los dos.
Si hubiera una (interminable) lista de experiencias que esperaba haber vivido antes el día de hoy, creo la proporción de las que se han cumplido sería irrisoria. Una vez más, por debajo de mis propias expectativas.
¿Qué se nos escapó? ¿Qué hicimos mal?
El gran error, el crimen imperdonable, fue dejar que pasara, aún siendo consciente de ello.
El tiempo se fue por el río Tíber (¿O Cíber?), aguas abajo, para no volver.
Y ahora no sé si soy Hierba, Unicornio, Alfil, o Mono Volador.
Quiero Más. Con mayúscula.
Quiero salir de este estado de anestesia permanente. Definitivamente, la ataraxia no es para mí. Así que hay que ponerse a ello.


Objetivos:
Más tiempo, más risas, más odio, más pasado, más lágrimas, más amor, más amistad, más agotamiento físico y mental, más momentos, más canciones, más textos, más amistad, más verdades, más conversaciones, más silencios, más tardes frías, más amaneceres, más mordiscos, más lucha, más agua, más química, más viento, más sorpresas, más personas, más sinsentidos, más pedacitos. Más más, en general.


La conclusión es: Don't dream it, be it.
Así que voy a correr para alcanzar al tiempo, que parece que se me ha adelantado.


Por y para Alicia, Bárbara, Bora-bora, McGonagall, los Cinco, Elphie, Shail, Jean-Baptiste, Mireille, los Bogles.




Por lo que nos debemos.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Tic Tac


Se abre la puerta. Entra un hombre alto, de gabardina mojada. El lugar está oscuro y algo desvencijado. Ella, sentada sobre la cama, dice:

     Hola, guapo. Ven, ponte cómodo.

Él ni siquiera se quita la gabardina, se acerca a ella, se sienta a su lado, y toma aire. Se acerca suavemente a ella, hasta que sus labios se rozan.

Tic

Vaya, pues es cierto, los primeros besos tienen la capacidad de detener el tiempo, aunque sea uno caducado como este. Veo que no me recuerdas, y sinceramente, lo celebro. Si me hubieras reconocido esto habría sido más violento. Has visto ya demasiadas caras, supongo.

Me debes este beso desde hace dieciséis años, un mes y dos días, aunque entonces ya llevaba tiempo esperándolo. Fue a nuestros trece años, en la fiesta de cumpleaños de Mateo Goñi, jugando a la botella. Nos tocó besarnos. Tú no parecías muy entusiasmada, yo procuraba ocultar mi entusiasmo. Pero entró la madre del homenajeado, y ya no hubo otra oportunidad.

Llevaba año y medio enamorado de ti, y aún lo estuve tres años más. Bueno, yo por aquel entonces lo consideraba amor. Ni siquiera recuerdo qué me gustaba de ti, ni tu fecha de cumpleaños, ni tu color favorito. Y créeme, conocía esos datos muy bien. Sospecho que yo para ti siempre fui bastante insignificante. Sí recuerdo muy bien ese día, y cómo mi primer beso me fue arrebatado. Abandonaste el instituto antes de tiempo, y dejé de saber de ti. Recuerdo que por aquel entonces me pareciste una valiente, un espíritu libre. Bendita inocencia.

Hubo otras después de ti. Hubo besos, y hubo sexo, brutal y delicioso en ocasiones. Y precisamente mañana, me caso con el hombre de mi vida. Sí, el hombre, fue algo que descubrí con el tiempo. Puede que no esté bien que yo esté aquí ahora, en esta tesitura, pero me parece más deshonesto abrir este capítulo de mi vida faltándome un punto de un capítulo anterior. Cuando salga por esa puerta, esa historia ya estará cerrada. Al fin y al cabo, y casi no importa el quién, sino el qué.

Nuestros caminos se han bifurcado mucho, y sinceramente no quiero saber (aunque me lo puedo imaginar) cómo has acabado en un burdel de mala muerte, en este barrio tan poco recomendable. Bastantes llamadas y favores me ha costado dar contigo.

Te deseo lo mejor, y que te vaya bien, aunque no confío en ello.

En fin, creo que ya lo he disfrutado bastante.

Tac.

Sus labios se separaron, tras un beso de tan solo un segundo. Él se apartó, se incorporó y le tendió un sobre con el dinero acordado.

     ¿Te vas?

La única respuesta que recibió fue el crujir de la puerta y el sonido de los pasos de un hombre satisfecho.

jueves, 4 de agosto de 2011

Un reloj de arena vacío

En la fabulosa relojería de Blas había cientos de relojes. Analógicos, digitales, de pared, de cuco, de pesos, solares, relojes que no parecían relojes... Había relojes de todas las épocas, de cada rincón del mundo, y la gente pasaba horas, y horas en la relojería admirando cada artilugio, aunque después se fueran sin comprar nada.

            Todos los relojes que poseía tenían su hueco en el corazón del relojero, cada uno tenía su historia, pero había un tipo de reloj al que Blas tenía un cariño especial: los relojes de arena. Le gustaba contemplar los granos caer, y pensaba que cada grano era una vivencia más en una vida realmente interesante. Por eso, siempre llevaba un pequeño reloj de arena fabricado por el mismo colgado al cuello.

            Era su posesión más valiosa y por nada del mundo se separaría de él. Para su creación había aprendido a soplar vidrio, había tallado en ébano el soporte, y había cogido arena de las playas donde había vivido los momentos más maravillosos de su vida para llenarlo. Era su talismán, era parte de su alma.

            Cierto día entró en su tienda una exótica mujer que él no había visto nunca. Se vestía con telas que le hubieran parecido harapos de no estar en su cuerpo, lucía baratijas que parecían las mejores joyas en ella, dándole un toque de rareza, y era indudablemente hermosa. Movía rítmicamente sus caderas, el eje de un cuerpo esbelto y curvilíneo, con cada paso, su cabello era una cascada color miel veteada con mechas doradas que contrastaba con una tez bronceada, y sus ojos negros y profundos parecieron hipnotizar a Blas cuando se cruzaron con los suyos.

            Paseó unos minutos por la tienda y finalmente se llevó un bonito reloj de pulsera de plata. La mujer siguió yendo a la tienda durante varios días, a veces cruzaba unas palabras con Blas, a veces incluso soltaba una melodiosa risa mientras hablaban, a veces lo ignoraba. A veces compraba, a veces no, pero durante el tiempo que ella estaba allí, Blas la contemplaba fascinado, cada día que ella iba a su relojería, era como un grano de arena más que caía en un reloj que no medía otra cosa sino el enamoramiento.

            Una noche, Blas informó a la joven que ya era tarde, que iba a cerrar. Ella salió de la tienda y esperó a que cerrara. Le dijo que tenía que darle algo. El hombre la siguió por las calles, en un extraño recorrido, en un paseo aparentemente sin rumbo. De pronto, la mujer se dio la vuelta y obsequió al relojero con un fugaz beso.

            — Ahora, quiero algo a cambio- dijo mientras pasaba por el reloj que se balanceaba por el pecho de Blas.

            Él intentó negarse, pero cuando se topo con los enigmáticos ojos de la muchacha no se vio capaz, y, dominado por un incontrolable deseo de complacerla, se lo entregó. La joven se volvió, y con el reloj en la mano se alejó tranquilamente del hombre.

            Blas no pudo dormir esa noche, y cuando al día siguiente entró en su relojería, observó que la arena de sus relojes de arena había desaparecido.

            Ya no había vivencias que esperar, ya no había nada que contar. Su alma pertenecía ahora a otra persona.



*      *      *


Bueno, este es un texto antiguo que ya publiqué en otro blog hace tiempo, pero que vuelvo a colgar aquí para mantener esto activo y tener todos (o casi todos) mis textos en un mismo blog. De ahí la etiqueta "Recopilando", que aparecerá en todos los textos de este tipo.

viernes, 29 de julio de 2011

Dicen que dicen

Dicen que el arte no viene nunca de la felicidad.

Yo también lo había pensado, basado en la experiencia propia, y en algunos de mis ídolos. Las almas desgarradas y torturadas tienen una propensión hacia la creación artística extraordinaria, y un talento inusitado. En los peores momentos de uno, se crean las mayores historias, imágenes y acordes. Cuanto más duele, más desea uno sumergirse en otra historia. Los ambientes decadentes son sin duda los más inspiradores.

Hace meses que no escribo. Y aunque no tengo pretensiones de afirmar que lo que yo hago de vez en cuando sea arte (al menos suelo intentarlo, mínimamente, y en algunos textos) quiero pensar que mi falta de inspiración es síntoma inequívoco de felicidad. Al menos, puedo decir que ocupado sí he estado.

Lamento desatender este blog, algo que ya es casi rutina, y quiero mandar un saludo a aquel que aún esté dispuesto a leerlo (si queda alguien) después de tanto tiempo.
Procuraré (aunque no prometo) dedicar más tiempo y esfuerzo a mantener esto un poco más activo, aunque sea colgando textos antiguos que ya visitaron (o no) otros rincones de Internet.

=)

lunes, 18 de abril de 2011

La dualidad del no ser

Ven, vamos a bailar.
Hoy no tengo ganas de ser más yo. Me he quitado la ropa holgada, el brillo de la mirada y los dientes imperfectos. Me he despojado de las plumas de cisne, de la risa vacía, de las tardes de parque y sol. Sencillamente no me apetecía seguir cargando con la compasión, con el desprecio ni la delirante conducta disfuncional.
Los problemas, se fueron cayendo en el proceso, las alegrías también.
Así que ven, pon música, y vamos a inventarnos algún baile fácil de seguir. Pero con cuidado, aún tengo el pie algo resentido de la última caída.
Lo sé, lo sé, no está bien escaparse, pero, bah, ¿vas a venir tú a darme lecciones?
No, vamos, no quieras hablar ahora. ¿No puedes limitarte a la simpleza de moverse?
Entenderás que esté cansado de tus historias. Del pedacito de Sol que creíste tocar antes de que se te derritieran las alas que te hiciste, como a Ícaro, de las duras pruebas que tienes que atravesar para hacerte con el Viejo Libro, y de los aliados que salvaste en el fragor de la batalla... y los que no.
¿Qué? ¿Me están saliendo otra vez? Oh, mierda. Quítamelas, por favor. ¿Ya? Gracias. No paran de salir, las detesto. Nunca imaginé que sería tan complicado dejar de ser yo. Al fin y al cabo, nunca me ha parecido que mi vida estuviera demasiado llena.
Sé que me quedan quimeras que derrotar, besos que robar y almas que abrazar, pero, mira, ahora mismo no puedo (quiero), ¿vale?
Disfruta de la luz de la Luna, hoy está preciosa. Y las nubes...
Una vez, en diciembre, habría dado cualquier cosa por tirar el dado una vez más. Hoy ya, me conozco las caras, y el juego resulta menos interesante.
Sí, debería volver a escribir, pero las musas andan lejos, desde hace un buen tiempo además. Y creo que las ganas, también.
Pero mejor, háblame de ti.
Oh, ¿ya se ha acabado? Esa caja de música no ha vuelto a funcionar igual desde que se te cayó al suelo. Ya sabes, ahora tiene el segundero suelto.
En fin, supongo que ahora debería despertar, vivir una vida que acostumbraba a denominar como propia, y todo eso. ¿No podrías salir tú en mi lugar? No me importa, y ya tienes práctica... Vaya, supongo que no merece la pena insistir.
¿Eh? No, déjalas que salgan. Al fin y al cabo, ya me toca marchar.
Sí, ya es hora. Bajaré más a menudo, lo prometo.
Venga, dame un abrazo.
Sí, adiós. No. Que descanses tú también.

Y un muchacho desnudo sobre su cama abrió los ojos, y se lamentó de no poder abrazar la inexistencia un segundo más

martes, 8 de marzo de 2011

Garrasiak

Gritos.


Gritos de cuando simplemente necesitas llorar, pero no puedes, porque te prometiste a ti mismo que tus ojos estarían secos.


Alaridos de fe, de dolor, de alegría, de desesperación, o simplemente quejas de un alma desgarrada.
Gritos silenciosos de cuando necesitas ayuda, pero necesitas no tener que pedirla. De cuando sólo te abraza la almohada.


Fragmentos de un espejo roto en tus entrañas, que cuanto más tratas de sacar más dentro se meten, mordiendo la carne.
 Intentas juntar de nuevo las piezas, pero no encajan. Faltan algunas, y tus manos laceradas ya casi no aciertan a agarrar los cristales. Gritas, pero nadie te oye. Bueno, algunos te oyen. Pero tus aullidos sólo son susurros, o tienen sonidos más agradables a los que prestar atención.
Piensas que hacer ruido es la mejor manera de conservar aquello por lo que tanto luchaste, a lo que te aferraste en momentos de debilidad, aquello por lo que llegaste a renunciar a ti mismo. Pero no. Los gritos sordos no llegan a oídos de quien ya no quiere escuchar.


Te la juegas. Todo o nada, un último aviso desesperado, una última nota agónica sale de entre tus labios, con un destinatario grabado a fuego. Ni el eco se molesta en contestar.
Y te miras en los trozos que quedan de cristal. Y te ves a ti mismo, impotente y demacrado, bañado en lágrimas (que finalmente aparecieron) y sangre.


Y finalmente, eres consciente de que nadie va a venir a por ti. Anonadado, herido y confuso, te levantas. Coses tu herida y te limpias la cara, como puedes. Y sigues hacia delante, y sonríes y todo parece normal. Aunque cada noche tu herida sangre cuando te vas a dormir, fruto de una mala sutura y de un afilado inquilino que no pudo ser desalojado..


Pero ya no gritas. Gritar duele cuando la hemorragia es interna.

viernes, 11 de febrero de 2011

Cuando el color se marchó

El pintor estaba tranquilamente retratando un hermoso cisne en su lienzo, en el parque. Era una imagen en blanco  y negro, para que la belleza del cisne concordara mejor con el escenario. En ese momento, decidió que el cuadro quedaría perfecto si añadía una nota de color. El pico del cisne. Una nota naranja en medio de la seriedad.

Cuando echó la vista a su paleta y se dispuso a realizar la mezcla perfecta entre el bermellón y el amarillo para el pico de su ave, su sorpresa fue grande al notar la ausencia de ambos colores. Pero aquello no era todo. Magenta, azul ultramar y violeta tampoco estaban. Qué extraño. Todos los colores se habían ido. Incluso el verde Elphaba.

Entonces echó un vistazo a su alrededor. El bebé de la señora Ferguson estaba más serio y callado que nunca, como si fuera... gris. Un segundo, ¡el lazo rojo de la señora Ferguson también es gris! No, eso es incoherente. Debería ser el ex-lazo rojo que ahora es gris. Curioso fenómeno. Rápidamente comprobó que la mayor parte de su entorno era víctima de una despigmentación acusada, el color se escurría de los objetos, personas y animales o simplemente se evaporaba como por arte de magia. Ni los tulipanes, ni el algodón de azúcar ni las tizas de colores se resistían a tal devastador efecto anticromático.

El pintor, al principio, no le dio mayor importancia. "Cosas que pasan, supongo" pensó él. "Ya volverá". Al fin y al cabo, le supondría un ahorro en pintura considerable, y era algo que no venía mal en tiempos de crisis. "El blanco y el negro están muy de moda" se dijo a sí mismo.

Y siguió pintando en las calles, en los parques, y en los tejados. Sus cuadros de las gentes que cruzaban la Gran Avenida, de los puestos de frutas y de los pájaros de la catedral resultaban algo monótonos carentes de color, pero les daba cierto encanto antiguo. Aunque claro, en un mundo gris, esa clase de arte no resultaba muy llamativo.

Pasaron las semanas, y al artista comenzaba a no gustarle este cambio. Ya no era sólo cuestión de aspecto. La gente parecía volverse gris por dentro también. Parecía que habían pasado siglos desde la última vez que vio una sonrisa, un espectáculo de polichinelas o unos niños jugando. La gente iba y venía, pero nadie se paraba. Incluso los momentos de placer con Louise se habían vuelto aburridos e insulsos. Sus gritos rojos pasión se habían esfumado.Y el violeta de sus ojos, también.

Por suerte, el absenta seguía emborrachando. Por suerte, porque fue su único consuelo en las vacías calles de la gran ciudad en la que los sentimientos brillaban por su ausencia. En la pulcra, correcta y grisácea ciudad Monotonía.

Y tirado en la calle cual vagabundo, la vio llegar. Era... cómo describirlo... coloreada.


Una chica con patines, de apenas dieciséis años, caminaba con aire distraído por medio de la calle, pero en el fondo de su mirada, parecía saber a dónde iba. O al menos, de donde venía. Su cabello rubio estaba veteado por mechas de diversos colores, desde el perdido verde Elphaba hasta el cobre más intenso. Sus ropas parecían cosidas con retales perdidos de otras prendas, y vestía mallas a rayas de colores, sin que uno solo se repitiera. Su piel era de un suave color melocotón, algo sonrosada en las mejillas, y sus ojos eran de colores diferentes.


Tal colorido habría resultado llamativo hace meses, cuando los semáforos aún resultaban funcionales y podía distinguirse el cielo de las nubes, pero en medio del mundo gris al que se había acostumbrado, resultaba incluso dañino para la vista. El pintor, deslumbrado, trató de levantarse a trompicones al tiempo que la llamaba, y cuando al fin la alcanzó para hablar con ella, le preguntó:

- ¿Qué... Cómo... De donde sacas el color?

- ¿A qué te refieres?

- Bueno, ya sabes, la ciudad está gris, tú no...

- Ah, ¿sí? Ni me había dado cuenta. -contestó con aire divertido- Supongo que os habéis olvidado de que para ver colores hay que mirar con los ojos abiertos. Pasé una fase así, pero tranquilo ya se os pasará.

- Pero... ¿cómo lo hiciste?

- No sé, decidí que aquello no iba conmigo. Cada momento tiene un color, cada risa, cada recuerdo, cada historia... No pensaba renunciar a ello. Así que decidí que fuera todo de colores.

- ¿Así de fácil?

- Claro, ¿por qué no iba a serlo? Ahora tengo que irme, me esperan en alguna parte.- y así lo hizo.

Mientras ella se marchaba nuestro artista reflexionó unos instantes. Y acto seguido corrió hacia su casa. Abrió los botes de pintura ya medio seca, añadió algo de agua, y consiguió amalgamar la mezcla en la paleta. Tenía etiquetados los frascos, pero no le hizo falta mirar las indicaciones para saber cual era cada color. Cogió el bermellón, el amarillo... y en menos de un minuto el pico del cisne era naranja. El naranja más intenso que había visto jamás. O que recordaba haber visto.

Pasó la noche pintando en su casa, las paredes, las cosas, el techo, a sí mismo, al gato, e incluso a la propia Louise, que dormía. No importaba que estuviera oscuro. Reservó algo de pintura para poder pintar el amanecer, el más brillante en mucho tiempo, y cuando Louise despertó, y sintió la luz dorada en su rostro, sus ojos grises se iluminaron. Entonces, maravillada, se acercó a su amante, y éste, con dos leves pinceladas violetas, se limitó a pintar sus ojos.

- Era lo que me faltaba. No podía hacerlo mientras dormías.

A partir de entonces, la ciudad empezó a recobrar sus colores, incluido el lazo gris de la señora Ferguson (actualmente rojo).

*      *      *


Todos los momentos tienen un color. Todos los estados de ánimo, todas las épocas y todas las personas. Y todos los textos. Y más que ninguno, este.
(Aunque la paleta de blogspot sea insuficiente)

martes, 1 de febrero de 2011

And in my head I make a picture...

Mirando el gotelé de la pared, veo la cara del viejo jorobado. Esa que ya daba por perdida. Y también el perro del ciego, y la zapatilla de la bailarina. Ambos, antiguos pasajeros de mi pared. Nuestra pared. La que podía ocultar miles de formas a descubrir en momentos ociosos.


No sé si los recordarás, allí donde estés. Yo desde luego, los recuerdo muy bien. Bueno, quizá no tanto. Ya sabes, el tiempo pasa para todos.

Y es que hoy, Val, he encontrado nuestro viejo álbum de fotos. Fotos color sepia, en blanco y negro, a veces incluso a color. Pero sobre todo sepia, el color de los recuerdos. Recuerdos de aquellos momentos, allá por los años 50, o quizá los 90, según el día. No se aprecia tu color de pelo, pero yo sé muy bien que era rojo. Bueno, rojo para mí, según tú era caoba, o violín, o cobrizo, ya no lo recuerdo. Sólo sé que brillaba como el fuego al sol de Otoño.

Te echo de menos. O lo hacía. Ahora has pasado al mundo de los recuerdos. Recuerdos perfectos, de olor a canela y tierra húmeda. De brillos dorados a través de los cristales del invernadero. El naranja no visita ese invernadero desde que te marchaste. Ese invernadero donde intercambiamos sueños y caricias, lágrimas y miel. A veces me siento junto a la fuente, bajo el sauce, a recordar viejos tiempos. Todavía hay peces en la fuente, de los que jugabas a coger con las manos. O bueno, quizá sus hijos. Y el viento sigue meciendo las ramas del sauce, el que susurraba siempre la misma canción. En fin, no todo ha cambiado.

Lucas también te echa de menos. Y ya sabes que Lucas no sabe echar de menos a nadie. Amor de hermano, supongo. De todos modos, ya casi no hablo con él.


Hojeando el álbum, he comprobado que mis recuerdos eran reales. A veces tengo mis dudas. Ya sabes, demasiado bucólico, demasiada iluminación de película y banda sonora imaginaria. Sinceramente, espero que a ti también te pase. Por cierto, Rosalia alpina. El insecto que soñaste y dibujaste en uno de los márgenes es la Rosalia alpina. Pensé que querrías saberlo.

Dime, ¿qué fue de ti? ¿Llegaste a ser pintora como soñabas? O bailarina, o actriz, o médico o pastelera, o... Bueno, ¿llegaste? Espero que sí.

Aunque nunca llegué a entender tu marcha, si espero que vuelvas por aquí, al menos de visita. Las Ruinas del Verano siguen increíblemente blancas, y la hiedra está más alta cada año. No te imaginas lo que añoro hacer pompas entre ellas, y contemplar al viejo Bribón perseguirlas, sobre todo cuando las hacía explotar con su naricilla y se le quedaba jabón en los bigotes. Y tras la puesta de Sol, dormir en la paja seca bajo cielos de terciopelo y estrellas de mercurio.

Guardaré la carta en tu tocador, con las demás, con la esperanza de que la leas en uno de tus sueños.
A la espera de tu regreso, y por siempre tuyo, Z.


Why don't you come on over, Valerie?