viernes, 11 de febrero de 2011

Cuando el color se marchó

El pintor estaba tranquilamente retratando un hermoso cisne en su lienzo, en el parque. Era una imagen en blanco  y negro, para que la belleza del cisne concordara mejor con el escenario. En ese momento, decidió que el cuadro quedaría perfecto si añadía una nota de color. El pico del cisne. Una nota naranja en medio de la seriedad.

Cuando echó la vista a su paleta y se dispuso a realizar la mezcla perfecta entre el bermellón y el amarillo para el pico de su ave, su sorpresa fue grande al notar la ausencia de ambos colores. Pero aquello no era todo. Magenta, azul ultramar y violeta tampoco estaban. Qué extraño. Todos los colores se habían ido. Incluso el verde Elphaba.

Entonces echó un vistazo a su alrededor. El bebé de la señora Ferguson estaba más serio y callado que nunca, como si fuera... gris. Un segundo, ¡el lazo rojo de la señora Ferguson también es gris! No, eso es incoherente. Debería ser el ex-lazo rojo que ahora es gris. Curioso fenómeno. Rápidamente comprobó que la mayor parte de su entorno era víctima de una despigmentación acusada, el color se escurría de los objetos, personas y animales o simplemente se evaporaba como por arte de magia. Ni los tulipanes, ni el algodón de azúcar ni las tizas de colores se resistían a tal devastador efecto anticromático.

El pintor, al principio, no le dio mayor importancia. "Cosas que pasan, supongo" pensó él. "Ya volverá". Al fin y al cabo, le supondría un ahorro en pintura considerable, y era algo que no venía mal en tiempos de crisis. "El blanco y el negro están muy de moda" se dijo a sí mismo.

Y siguió pintando en las calles, en los parques, y en los tejados. Sus cuadros de las gentes que cruzaban la Gran Avenida, de los puestos de frutas y de los pájaros de la catedral resultaban algo monótonos carentes de color, pero les daba cierto encanto antiguo. Aunque claro, en un mundo gris, esa clase de arte no resultaba muy llamativo.

Pasaron las semanas, y al artista comenzaba a no gustarle este cambio. Ya no era sólo cuestión de aspecto. La gente parecía volverse gris por dentro también. Parecía que habían pasado siglos desde la última vez que vio una sonrisa, un espectáculo de polichinelas o unos niños jugando. La gente iba y venía, pero nadie se paraba. Incluso los momentos de placer con Louise se habían vuelto aburridos e insulsos. Sus gritos rojos pasión se habían esfumado.Y el violeta de sus ojos, también.

Por suerte, el absenta seguía emborrachando. Por suerte, porque fue su único consuelo en las vacías calles de la gran ciudad en la que los sentimientos brillaban por su ausencia. En la pulcra, correcta y grisácea ciudad Monotonía.

Y tirado en la calle cual vagabundo, la vio llegar. Era... cómo describirlo... coloreada.


Una chica con patines, de apenas dieciséis años, caminaba con aire distraído por medio de la calle, pero en el fondo de su mirada, parecía saber a dónde iba. O al menos, de donde venía. Su cabello rubio estaba veteado por mechas de diversos colores, desde el perdido verde Elphaba hasta el cobre más intenso. Sus ropas parecían cosidas con retales perdidos de otras prendas, y vestía mallas a rayas de colores, sin que uno solo se repitiera. Su piel era de un suave color melocotón, algo sonrosada en las mejillas, y sus ojos eran de colores diferentes.


Tal colorido habría resultado llamativo hace meses, cuando los semáforos aún resultaban funcionales y podía distinguirse el cielo de las nubes, pero en medio del mundo gris al que se había acostumbrado, resultaba incluso dañino para la vista. El pintor, deslumbrado, trató de levantarse a trompicones al tiempo que la llamaba, y cuando al fin la alcanzó para hablar con ella, le preguntó:

- ¿Qué... Cómo... De donde sacas el color?

- ¿A qué te refieres?

- Bueno, ya sabes, la ciudad está gris, tú no...

- Ah, ¿sí? Ni me había dado cuenta. -contestó con aire divertido- Supongo que os habéis olvidado de que para ver colores hay que mirar con los ojos abiertos. Pasé una fase así, pero tranquilo ya se os pasará.

- Pero... ¿cómo lo hiciste?

- No sé, decidí que aquello no iba conmigo. Cada momento tiene un color, cada risa, cada recuerdo, cada historia... No pensaba renunciar a ello. Así que decidí que fuera todo de colores.

- ¿Así de fácil?

- Claro, ¿por qué no iba a serlo? Ahora tengo que irme, me esperan en alguna parte.- y así lo hizo.

Mientras ella se marchaba nuestro artista reflexionó unos instantes. Y acto seguido corrió hacia su casa. Abrió los botes de pintura ya medio seca, añadió algo de agua, y consiguió amalgamar la mezcla en la paleta. Tenía etiquetados los frascos, pero no le hizo falta mirar las indicaciones para saber cual era cada color. Cogió el bermellón, el amarillo... y en menos de un minuto el pico del cisne era naranja. El naranja más intenso que había visto jamás. O que recordaba haber visto.

Pasó la noche pintando en su casa, las paredes, las cosas, el techo, a sí mismo, al gato, e incluso a la propia Louise, que dormía. No importaba que estuviera oscuro. Reservó algo de pintura para poder pintar el amanecer, el más brillante en mucho tiempo, y cuando Louise despertó, y sintió la luz dorada en su rostro, sus ojos grises se iluminaron. Entonces, maravillada, se acercó a su amante, y éste, con dos leves pinceladas violetas, se limitó a pintar sus ojos.

- Era lo que me faltaba. No podía hacerlo mientras dormías.

A partir de entonces, la ciudad empezó a recobrar sus colores, incluido el lazo gris de la señora Ferguson (actualmente rojo).

*      *      *


Todos los momentos tienen un color. Todos los estados de ánimo, todas las épocas y todas las personas. Y todos los textos. Y más que ninguno, este.
(Aunque la paleta de blogspot sea insuficiente)

martes, 1 de febrero de 2011

And in my head I make a picture...

Mirando el gotelé de la pared, veo la cara del viejo jorobado. Esa que ya daba por perdida. Y también el perro del ciego, y la zapatilla de la bailarina. Ambos, antiguos pasajeros de mi pared. Nuestra pared. La que podía ocultar miles de formas a descubrir en momentos ociosos.


No sé si los recordarás, allí donde estés. Yo desde luego, los recuerdo muy bien. Bueno, quizá no tanto. Ya sabes, el tiempo pasa para todos.

Y es que hoy, Val, he encontrado nuestro viejo álbum de fotos. Fotos color sepia, en blanco y negro, a veces incluso a color. Pero sobre todo sepia, el color de los recuerdos. Recuerdos de aquellos momentos, allá por los años 50, o quizá los 90, según el día. No se aprecia tu color de pelo, pero yo sé muy bien que era rojo. Bueno, rojo para mí, según tú era caoba, o violín, o cobrizo, ya no lo recuerdo. Sólo sé que brillaba como el fuego al sol de Otoño.

Te echo de menos. O lo hacía. Ahora has pasado al mundo de los recuerdos. Recuerdos perfectos, de olor a canela y tierra húmeda. De brillos dorados a través de los cristales del invernadero. El naranja no visita ese invernadero desde que te marchaste. Ese invernadero donde intercambiamos sueños y caricias, lágrimas y miel. A veces me siento junto a la fuente, bajo el sauce, a recordar viejos tiempos. Todavía hay peces en la fuente, de los que jugabas a coger con las manos. O bueno, quizá sus hijos. Y el viento sigue meciendo las ramas del sauce, el que susurraba siempre la misma canción. En fin, no todo ha cambiado.

Lucas también te echa de menos. Y ya sabes que Lucas no sabe echar de menos a nadie. Amor de hermano, supongo. De todos modos, ya casi no hablo con él.


Hojeando el álbum, he comprobado que mis recuerdos eran reales. A veces tengo mis dudas. Ya sabes, demasiado bucólico, demasiada iluminación de película y banda sonora imaginaria. Sinceramente, espero que a ti también te pase. Por cierto, Rosalia alpina. El insecto que soñaste y dibujaste en uno de los márgenes es la Rosalia alpina. Pensé que querrías saberlo.

Dime, ¿qué fue de ti? ¿Llegaste a ser pintora como soñabas? O bailarina, o actriz, o médico o pastelera, o... Bueno, ¿llegaste? Espero que sí.

Aunque nunca llegué a entender tu marcha, si espero que vuelvas por aquí, al menos de visita. Las Ruinas del Verano siguen increíblemente blancas, y la hiedra está más alta cada año. No te imaginas lo que añoro hacer pompas entre ellas, y contemplar al viejo Bribón perseguirlas, sobre todo cuando las hacía explotar con su naricilla y se le quedaba jabón en los bigotes. Y tras la puesta de Sol, dormir en la paja seca bajo cielos de terciopelo y estrellas de mercurio.

Guardaré la carta en tu tocador, con las demás, con la esperanza de que la leas en uno de tus sueños.
A la espera de tu regreso, y por siempre tuyo, Z.


Why don't you come on over, Valerie?