miércoles, 11 de marzo de 2009

Gato Negro


En la capital del reino, el paso del Dragón Rojo causó una gran conmoción. Todo el mundo pudo verlo surcar el cielo como una fugaz antorcha, y aquellos que no lo hicieron, pronto se enteraron. Las noticias, como el dragón, vuelan.

Pero para nadie significó lo mismo que para el Gato Negro. Desde la puerta de su guarida subterránea el amasijo de túneles que formaban el alcantarillado, había presenciado la señal de su compañero. Había emprendido su viaje. El que el inmortal felino había realizado hacía ya años. Fue y volvió, se reincorporó a su rutina, como debía ser, pero jamás volvió a ser el mismo.

En la ciudad todo volvió a la normalidad rápidamente. El artista del alambre continuó con su ya visto pero no por ello menos entretenido espectáculo, y pocos días después prepararía una detallada historia sobre el dragón, acompañada de marionetas y pequeñas representaciones, que poco reflejarían la realidad, pero sin duda agradarían a los visitantes.

El Gato, curioso por saber cómo andarían las cosas en palacio, decidió ir a visitar a la reina. Llego al castillo a través de los fríos y húmedos túneles, siempre en la oscuridad, invisible como una sombra, y desde un rincón observó lo que allí se acontecía. Vio una reina derrumbada, que acababa de recibir la noticia de que su preciosa hija había despertado del sueño mágico y había saltado desde la torre. Entonces comprendió que el mundo que conocía se desmoronaba, que la onírica realidad en la que vivía pronto se desvanecería como el más fútil y efímero de los sueños. Al descubrir al gato en una esquina desató su furia contra él, lanzándole el cetro, que visitó el suelo por segunda vez en aquel día. El Gato se precipitó de nuevo a las cloacas, pero con una elegancia de la que la reina jamás hizo gala para entrar en su palacio.

Al caer la noche, montó en el carromato del buhonero, que tras pasar por la capital sin demasiado éxito, iniciaba por fin el viaje de vuelta a su Anatolia natal. Entre las excentricidades del anciano dormitaba cuando pasaron junto a la torre, donde ahora un cartel rezaba: “Se alquila a princesas. Rueca y dragón no incluidos”; y no dudó en bajar cuando alcanzaron la chabola de la bruja, su otra compañera eterna, cuyo domicilio estaba claramente señalizado por el humo violeta de su última creación.

Conversaron sobre tiempos pasados, intercambiaron chismes y comentaron la partida del dragón. La bruja lo había hecho aún antes. Cuando al alba el gato decidió que ya era hora de irse, la bruja cogió un extraño ovillo y le pidió al gato que lo llevara consigo, que le ayudaría en el camino. Él había decidido acompañar al dragón, cuando llegara a su destino debía de tener a alguien para ayudarlo. Todo un día caminó siguiendo su dirección, pero, cuando al atardecer cayó rendido, empezó a preguntarse qué debía hacer con el ovillo.

La respuesta vino por sí sola. Cuando salió la Luna y su hipnótica luz blanca dio con el ovillo, el gato descubrió que no era sino una crisálida, pues sea abrió liberando a una hermosa mariposa que al desplegar las alas abarcó más de un metro.

Traslúcida y refulgente, ésta la invitó a montar, y el gato, acostumbrado a saberlo todo, volvió a sorprenderse ante las maravillas de su amiga.

Suavemente montó sobre la hipsipila y juntos planearon bajo el cielo estrellado, hasta que se perdieron entre las montañas.

¿Llegarán antes que el Dragón Rojo?
Uno partió antes, pero el otro conoce mejor el camino.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Dragón Rojo


Su sombra sobrevoló las llanuras solitarias, esos dorados parajes de hierba amarilla y árboles sin compañía, secos, pero aún con una gota de vida en su interior; junto a las aves rapaces que quedaron deslumbradas ante el fulgor de sus escamas escarlatas.


Interrumpió el beso de unos enamorados en la plaza de la catedral a su paso por la capital del reino, donde los paseantes dejaron de mirar al artista del alambre durante unos segundos, donde la reina de corazones, en su castillo, dejó caer su cetro boquiabierta, y donde el gato negro salió a saludar a su viejo compañero.


Volando sobre los caminos que recubrían la tierra como una finísima filigrana, adelantó el carromato de un viejo buhonero de Anatolia, cargado de esos objetos únicos que misteriosamente viajaban sin dueño, como sonajeros que imitaban el sonido de la lluvia en el bosque, una fina red de hilos de plata que entonaba una canción eterna al ser mecida por el viento o una flauta para llamar a los pájaros, entre otros. El dragón sonrió al anciano comerciante, y éste lanzó al aire una pequeña figura de un dragón rojo, que siguió al auténtico en su viaje.


Cuando pasó junto a su antigua torre, descubrió que su princesa favorita, al despertar y encontrarse sola y sin custodia, se sintió perdida y saltó desde lo más alto de la torre sin esperar a que un príncipe la fuera a rescatar. Allí vio su destino la figurita del dragón, y se quedo custodiando la torre ahora vacía, a la espera del príncipe para poder notificarle que llegaba con retraso, que por favor se llevase los restos.


Pero el dragón no se detuvo. Pasó sobre el bosque, donde las ninfas y los duendes se escondieron a su paso, temerosos de su sobradamente conocido fuego; también junto a la chabola de la bruja, que le dedicó uno de sus más vistosos sortilegios. Grácil y ligero, planeando sin prisa pero sin pausa, con rumbo indefinido, el rojo estandarte abandonó aquellos lugares.


Y pensó en aquellos que le habían acompañado en su viaje de leyendas y fantasía, en su vida misma. En el artista del alambre, ya achacoso, siempre recordando tiempos mejores; en la podrida reina que una vez fue una mujer llena de vida e inquietudes; en el viejo buhonero que no fue quien parece ni dice dónde ni cómo consiguió sus cachivaches; en la princesa realista que cambió su destino por nacimiento; en la miniatura de dragón, un mero reflejo de sí mismo, que ahora custodiaba lo que quedaba de la dicha princesa;, e incluso en los apasionados jóvenes que ni sabían de su existencia, y no tuvieron reparos en reanudar rápidamente su actividad.


Los recordó a todos ellos, y se preguntó cuantos lo seguirían en el último de sus viajes, más allá del bien y del mal preestablecidos, allí donde uno es héroe y villano de su propia historia, con la única campaña de salir adelante en paz consigo mismo.


Y con ese pensamiento se perdió entre las montañas, sumergiéndose en el malva del crepúsculo.



Quizá el gato negro ya le esté esperando allí.


* * *


Inspirado en el disco de Amaral Gato negro, Dragón rojo ^^