jueves, 9 de febrero de 2012

Crystallize

Resulta curioso, y frustrante, cuando las personas van desapareciendo. Cuando se vuelven frías y distantes. Sentadas en su trono de hielo y cristal, con mirada altiva, observan su alrededor sin participar en él. Quizá demasiado asustadas para acercarse, quizá repugnadas por los demás, quizá hartas de soportar, quizá tan hartas de sí mismas que necesitan toda la soledad del mundo para odiarse en paz. Y aferradas a ese trono, del que quizá ni aunque quisieran podrían desasirse, comienzan a congelarse.


Miras, y ves que ya no puedes ayudarlas. Que cualquier palabra les resulta vacía. Que observan tus saludos con indiferencia, casi como si el contacto humano les resultara algo ajeno e intrigante. Funcionan, pero no viven. Su carne se vuelve cristal, ya no pueden moverse.


Sin motivo, se apartan, se retraen. No soportan compañía, más que a muy breves periodos. Luego a ninguno. Al principio se las echa de menos. Luego se funciona asombrosamente bien sin ellos, como si nunca hubieran estado ahí.


Finalmente, reparamos en su existencia como algo que no llega ni a lo ornamental. Percibimos su presencia, pero no la vemos, la atravesamos sin darnos cuenta, como si fuera algo que flota en el aire, pero que realmente apenas podemos sentir.


Así es como se desvanecen las personas.


Algunas lo hacen muy bien.