viernes, 25 de noviembre de 2011

Up-down, bottom-up

Como en una montaña rusa.

Un día me muero por vivir un poco más, me desgarro los límites de mi propio ser clamando por un poquito más de sentimiento, de emoción, de vibrante pulsión interna que me guíe hacia el frenesí que es vivir una vida rebosante de acción, drama y emoción.

Otro día sólo quiero apagarme, hacerme invisible a todo y a todos, volatilizarme, atenuar el sentir hasta niveles no detectables, ataraxia, simplemente vaciarme de todo vestigio de humanidad y ser sólo viento, ligero, invisible e imperturbable. Gélida serenidad.

Ahora más que nunca lo veo, y me pregunto si alguna vez lograré escapar de este ciclo. De esta repetición constante y periódica de estados de ánimo opuestos. Si maduraré y aprenderé a aceptar que la vida es más que una sensación nocturna en un ataque de insomnio. 
Lo veo todo tan absurdo, tan carente de sentido, que me pregunto si no estaré avergonzándome a mí mismo en un futuro ante tanta estupidez.
Aunque supongo que uno nunca se encuentra con lo que estaba buscando. 
Es lo maravilloso y lo aborrecible de esta vida.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Dame alas y volaré hasta perderme de vista

"Bienvenido al Mercado Negro", reza el cartel, "Recuerde olvidar que estuvo aquí"


Paseo entre los puestos del mercado, ojeándolos, pero sin detener la vista en nada concreto. No quiero llamar la atención de los comerciantes. Hoy salí de casa, abrigo en mano, y me sumergí en la niebla nocturna, sabiendo que era aquí donde necesitaba venir, a pesar de no haberlo pisado nunca antes. Evidentemente, no he olvidado coger mi reloj de plata ni mi amuleto de obsidiana. Las hebillas de las botas son las nuevas.


Viejas adivinas y crasos mercaderes. Inciensos e infusiones. El aire de misterio y prohibición que flota en el aire. Sencillamente embriagador.
Doncellas que ofrecen algo más que sus encantos: Sus miradas, su sabor, y la esencia misma de su juventud.
Los lienzos viejos se mezclan con los vidrios lacados que hacen las delicias de quienes disfrutan contemplando su reflejo en la pared. Los lienzos nuevos están listos para venderse a aquél que ose desgarrar su magnífica blancura.


Un objeto llama mi atención. Un candil. "Para cuando uno necesita iluminar una mente nublada". La mía es una mente nublada, sí. Me acerco, pregunto por el precio. Uff, muy caro. Y, sinceramente, conozco a gente a la que le vendría mejor que a mí.


Sigo mi camino, y entro en una librería. Las estanterías de madera carcomida apenas parecen soportar el peso de su carga, que va desde historietas de pocas páginas hasta voluminosos tomos en idiomas que no me suenan familiares. Observo uno más de cerca. "Para llamar a alguien perdido". Un manual con un método presuntamente infalible para traer de vuelta a alguien que se fue. Echando un vistazo al índice, Amigo, Hermano y Amor parecen las categorías más interesantes. No estoy por la labor de descifrar las intrincadas instrucciones , así que prefiero dejarlo donde lo he encontrado. Además, me pasaría el día llamando a gente, y no es cuestión de fundirles el timbre interno.


En "Elixires, infusiones y tónicos de Antaño" me llama la atención un frasco con un líquido rojizo, espeso y con cierto olor metálico. Una diminuta anciana se me ha acercado y me ha comunicado que ese es su último frasco de Elixir Para Calentar Un Corazón Congelado, y que a no ser que tenga intención de comprarlo, más me vale quitarle las manazas de encima.


La siguiente tienda en la que entro vende plumas. De faisán, de albatros, de halcón, de águila imperial, de mirlo, de búho, de estornino, de cisne, de quebrantahuesos, todas las que os podáis imaginar. "Dame alas", digo. "¿De qué tipo de pluma?" inquiere el dependiente. "Roc. Mi viaje es largo". "No te saldrá barato". "¿Basta una vida entera como pago?"


Y salgo con mis alas de Roc, la más majestuosa de las aves. Miro a la luna menguante, y extiendo mis alas. El viento que generan es suficiente para limpiar de niebla todo el mercado. Un par de sacudidas y estoy en el aire.


Le digo adiós a una vida. Según van cayendo mis penas, mis sueños, mis esperanzas y mis temores, me siento más y más ligero. Se quedan atrás. Pienso en aquellos que me añoraran, que lloraran mi marcha. En los que creyeron no necesitarme más, y que serán los que más me echen en falta. En los que yo lamento dejar. En la vida que una vez fue mía, y que ahora pertenece a un aún más craso mercader. Pero esos pensamientos se van perdiendo, se evaporan al contacto con la brisa. 


Voy sintiendo... Bueno, en realidad estoy dejando de sentir.


Sólo noto ligereza. 


Pierdo el color. 


Pierdo la materia. 


Pierdo el alma. 


Pierdo hasta las plumas de mis alas.


Y desaparezco, sin más forma que la del viento.