domingo, 22 de abril de 2012

La primera bruja


Lena disfrutaba tranquilamente de su paseo diario por la colina. Aquel era su momento preferido del día. Caminaba descalza por la hierba, con una fina blusa y una falda vieja como atuendo, y gozaba de los placeres que la naturaleza le ofrecía.

 Dejaba que el viento alborotara su larga melena castaña, que la suavidad de la hierba acariciara sus dedos y admiraba embelesada el espectáculo de luz y color del crepúsculo.

Aquella tarde, sin embargo, algo cambió.

― Lena –la llamó una voz cuya procedencia no pudo localizar.

Lena miró a los alrededores sin entender, pero la voz continuó:

― Tú eres la elegida. Tú serás la primera bruja.

En ese momento Lena sintió como un torrente de cálida energía penetraba en su interior y su mente se llenaba de claridad y comprensión. Supo así que el poder de la magia residía en la mente y en las antiguas palabras, que mucho de lo que la gente llamaba brujería no era otra cosa sino ciencia, y que los hechizos de los que ella había oído hablar sólo eran burdos trucos de farsantes aprovechados.

            Y a partir de ese día la primera bruja comenzó a indagar en el misterioso mundo de la magia. Fascinada por el arte de la brujería, se dedicó a los hechizos y las pociones, los ritos y las conjuraciones, a convertirse en una gran hechicera.

Pasados los años, creyó que ya había estudiado suficiente y ya era bastante sabia, por lo que decidió que lo correcto era compartir sus conocimientos y habilidades. Observaba a las jóvenes muchachas del pueblo sin acercarse a ellas, y evaluaba su posible talento y sus ganas de aprender, y las seleccionaba para instruirlas como brujas.

Gracias al contacto con aquellas chicas, Lena se enteró de que en los años transcurridos, en el pueblo se había hablado mucho de ella y de su aislamiento, y que Lena había dejado de ser Lena, ahora se la conocía como La Bruja. A partir de entonces, cada vez más chicas se negaban a ir con ella y una incluso salió corriendo al verla. La siguiente (algo más razonable) sí habló con ella y le dijo que ya no era simplemente La Bruja. Su estatus había sido elevado al de Bruja Malvada, que endemoniaba a las chicas para que le sirvieran.

Pero nada de eso le importó. Ella siguió enseñando a las jóvenes aprendices de bruja todo cuanto sabía.

Un buen día, una de sus alumnas le hizo una pregunta que no supo contestar. “Será un fallo en mi memoria”, pensó. Buscó en todos sus apuntes, sus anotaciones y sus esquemas, pero no dio con la respuesta. Experimentó, practicó y comparó resultados, pero todo fue infructífero.

A partir de aquel día sus alumnas dejaron de serlo para convertirse en sus compañeras. Se dio cuenta de que le faltaba mucho para ser una buena maestra, y entre todas formaron un grupo, un aquelarre, como a ellas les gustaba decir, para mejorar y ampliar sus conocimientos y facultades.

Pero los vecinos del pueblo desconfiaban de las brujas, las temían, y por ello también las odiaban. Ellas trataban de acercarse a ellos ofreciendo toda clase de regalos, por lo general ungüentos mágicos y objetos encantados, a fin de que sus antiguos vecinos volvieran a confiar en ellas, pero ellos los veían como trampas y maldiciones.

Un aciago día, un grupo de aldeanos exaltados atacaron el pequeño grupo de cabañas donde vivían las brujas, dispuestos a acabar con aquella amenaza. Lena intentó hablar con ellos, confiando en su buena fe y raciocinio.

La mataron.

Lena fue enterrada en la misma colina en la que una vez la magia le fue concedida, y el mismo día del entierro sus compañeras decidieron que se iban de aquel lugar marcado por la muerte de su mentora. Un par de días más tarde cogieron las escobas que usaban para espantar a los cuervos que solían posarse en sus tejados (y también llenarlos de excrementos), les echaron un simple conjuro de levitación, y esa misma noche alzaron el vuelo hacia tierras lejanas, abandonando el pueblo para siempre.

Pero antes las brujas decidieron homenajear la memoria de su instructora., y sobre su tumba erigieron una estatua esculpida por ellas mismas que representaba a Lena con el pelo y las ropas ligeramente agitados por el viento, con un libro en una mano y alzando la otra hacia el cielo. También protegieron el lugar con sus hechizos de protección máxima para asegurarse de que nada derribaría la estatua.

Y desde entonces, la imponente sombra de una bruja se proyecta cada atardecer sobre el pueblo que vio nacer y acabó con La Primera Bruja.

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