jueves, 2 de abril de 2009

El Bosque de las Osamentas



El paraje era sórdido y desolador. El Bosque de las Osamentas era un camposanto gris, lúgubre salpicado de lápidas en ruinas, con la hierba seca a juego con los tétricos árboles, muertos, retorciéndose hacia la oscuridad, creando formas fantasmagóricas con sus ramas, como esqueletos danzantes.
Allí vagaban todas esas almas perdidas, olvidadas, en busca de un rayo de luz, un atisbo de esperanza, del descanso que jamás encontrarán.
Ese era el lugar que frecuentaba la niña. Aún atada a la vida, una vida supuestamente feliz, en ocasiones se sentía como un espíritu atormentado más, y visitaba aquel lugar de pesadilla, donde se sumía en sus negros pensamientos.
Cierto día, una de las almas, normalmente meditabundas, se interesó por ella.
― ¿Qué haces tú aquí? –quiso saber- Tú no eres de este mundo.
― Vengo aquí cuando quiero estar sola. Déjame.
― Todos hicimos lo mismo una vez. ¿Cómo crees que llegamos hasta aquí? Renunciamos a la vida, nos hundimos, nos abandonamos a nosotros mismos. No dejes que eso te ocurra.
Ella lo ignoró y el espectro acabó por marcharse. Cuando sintió que ya había tenido suficiente por aquel día la niña inició el camino de vuelta, pero pronto descubrió que ya no podía volver.

1 comentario:

  1. Lo peor que a uno le puede pasar es no encontrarse a si mismo y agarrarse a la oscura soledad, despues es más duro enfrentar al día a día y al final, no puedes salir.

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