sábado, 19 de diciembre de 2009

La Reina



Señales. Todo señales de un fin inminente. El vuelo del Dragón Rojo, el “incidente” de su hija, los otros muchos sucesos extraños… Anunciaban el temido desenlace. El fin de la historia.
La Reina de Corazones lo sabía. Lo supo desde el momento en el que vio aquella llamarada viviente cruzar los cielos sobre palacio. Lo sabía pero se negaba a creerlo. No podía ser. Después de una vida de esfuerzos, de lágrimas y de sacrificios, su reino no podía disolverse sin más, como un retazo de nube perdido en el cielo.

No había tenido una vida fácil, no señor. A veces recordaba aquellos lejanos tiempos de su niñez, cuando correteaba con su hermana por los vastos campos de trigo, cuando reían junto al arrollo, cuando todo era de colores brillantes, cuando soñaban con ser pájaros y volar más allá de donde alcanzaba la vista.

Pero sólo una alzó el vuelo. Desde niñas fueron formadas y educadas correctamente. Ambas sabían que pertenecían a una familia destinada a formar los pilares de un mundo que apenas conocían. Que cumplirían funciones vitales en un lugar… diferente. Dignas protagonistas de la historia.

Pero la futura Reina siempre envidió a su hermana. Su infancia y juventud no fueron fáciles. No creáis que nos encontramos ante una princesa de cuento, de esas de labios de fresa y dorada melena ondeando desde la torre esperando a su príncipe. Ella tuvo que trabajar por lo que estaba destinada a ser. Y sin duda las clases de sortilegios y rituales resultaban mucho más atractivas que las de economía agrícola.

Después, a sacar adelante un reino que más que un reino era un montón de aldeas semibárbaras, pobres, un lugar abandonado. Dando su vida por una causa en la que jamás creyó. Así se fue endureciendo poco a poco. Pasó de ser una joven idealista, llena de esperanzas, de inquietudes, de sueños, a una mujer de acero. O quizá de titanio.

Y ahora su hermana se marchaba. Todo el mundo se marchaba. Desde el buhonero hasta el jodido Gato Negro. Ese gato que siempre andaba con su hermana, y que de vez en cuando volvía a su palacio a llenarlo todo con su mirada altiva. Tan sólo ella se quedaba en su castillo. Con la impotencia de quien sabe lo que le aguarda el futuro y no puede cambiarlo. Con la resignación de quien sabe qué es lo que debe de hacer. E igual que el capitán que se hunde con su barco, ella se quedaría allí hasta el último momento.

Su hermana decía que aquello era necesario. Que formaba parte de un ciclo natural. Que a ella la necesitarían en otro lugar, que tenía que marcharse. Claro, ella era importante. Su hermana podía quedarse aquí a pudrirse.

Salió de su palacio, sin escolta ni corona, a pasear por la capital. Por la ciudad por la que había dado la vida. Por SU ciudad. Para verla quizá por última vez. Para sentir el calor de las gentes una vez más. Un niño tropezó a su lado. Rompió a llorar, y la mujer fue a ayudarlo a levantarse, a sacudirse el polvo, a secar sus lágrimas. Como siempre había hecho.

El niño devolvió una sonrisa a la reina. Musitó un tímido gracias y se marchó corriendo otra vez. La Reina estaba descolocada. No estaba acostumbrada al agradecimiento.

Entonces pensó que a lo mejor, sólo a lo mejor, había merecido la pena. Si había alguien capaz de decir gracias en este mundo… Tal vez el esfuerzo no fuera totalmente en vano.

― Puede que sí, mi Reina.

¿Quién la había reconocido? Se giró y descubrió al artista del alambre, a ese ya tullido personaje en cuyos ojos entornados se escondía mucha verdad.

― No sé de qué me habláis.

― Mejor dejémonos de tonterías, ¿no os parece? Sé más de lo que parece, aunque a veces diga cosas que no sé. Pero aquí los dos sabemos que el cuento se acaba. ¿O no?

― Lamentablemente, sí.

― No perdáis la esperanza. El fin definitivo no existe. Resurgiremos. Como surge una historia de un juego de sombras –dijo al tiempo que guiñaba un ojo.- Eso es algo que aprendí de tu hermana.

― Sé que siempre la amaste.-contestó tuteándolo a su vez.

― Muy sagaz. Éramos tan parecidos y tan diferentes… Ella hacía con el mundo lo que yo con las marionetas. Y ahora hemos llegado al mismo punto. Ella se marcha a formar una nueva leyenda, y yo me quedaré aquí a amenizar los últimos momentos de este capítulo que se cierra. Es mi tarea. Como la tuya es permanecer hasta el último punto.

― Supongo que sí.

La Reina volvió a palacio, y ordenó a todos los sirvientes que se marcharan con sus familias. Deseaba estar sola. Entre copas de coñac se sumergió en la espuma de su baño. Desde la bañera (casi piscina) se podía ver el exterior. Amenazaban nubes de tormenta, presagiando lo peor.
Hundió la cabeza en el agua.



***

El texto no me entusiasma, pero quería seguir con esta cadena que tan abandonada tenía ^^

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