Se abre la
puerta. Entra un hombre alto, de gabardina mojada. El lugar está oscuro y algo
desvencijado. Ella, sentada sobre la cama, dice:
—
Hola, guapo. Ven, ponte cómodo.
Él ni siquiera
se quita la gabardina, se acerca a ella, se sienta a su lado, y toma aire. Se
acerca suavemente a ella, hasta que sus labios se rozan.
Tic
Vaya, pues es
cierto, los primeros besos tienen la capacidad de detener el tiempo, aunque sea
uno caducado como este. Veo que no me recuerdas, y sinceramente, lo celebro. Si
me hubieras reconocido esto habría sido más violento. Has visto ya demasiadas
caras, supongo.
Me debes este
beso desde hace dieciséis años, un mes y dos días, aunque entonces ya llevaba
tiempo esperándolo. Fue a nuestros trece años, en la fiesta de cumpleaños de
Mateo Goñi, jugando a la botella. Nos tocó besarnos. Tú no parecías muy
entusiasmada, yo procuraba ocultar mi entusiasmo. Pero entró la madre del
homenajeado, y ya no hubo otra oportunidad.
Llevaba año y
medio enamorado de ti, y aún lo estuve tres años más. Bueno, yo por aquel
entonces lo consideraba amor. Ni siquiera recuerdo qué me gustaba de ti, ni tu
fecha de cumpleaños, ni tu color favorito. Y créeme, conocía esos datos muy
bien. Sospecho que yo para ti siempre fui bastante insignificante. Sí recuerdo
muy bien ese día, y cómo mi primer beso me fue arrebatado. Abandonaste el
instituto antes de tiempo, y dejé de saber de ti. Recuerdo que por aquel
entonces me pareciste una valiente, un espíritu libre. Bendita inocencia.
Hubo otras
después de ti. Hubo besos, y hubo sexo, brutal y delicioso en ocasiones. Y
precisamente mañana, me caso con el hombre de mi vida. Sí, el hombre, fue algo
que descubrí con el tiempo. Puede que no esté bien que yo esté aquí ahora, en
esta tesitura, pero me parece más deshonesto abrir este capítulo de mi vida
faltándome un punto de un capítulo anterior. Cuando salga por esa puerta, esa
historia ya estará cerrada. Al fin y al cabo, y casi no importa el quién, sino
el qué.
Nuestros
caminos se han bifurcado mucho, y sinceramente no quiero saber (aunque me lo
puedo imaginar) cómo has acabado en un burdel de mala muerte, en este barrio
tan poco recomendable. Bastantes llamadas y favores me ha costado dar contigo.
Te deseo lo
mejor, y que te vaya bien, aunque no confío en ello.
En fin, creo
que ya lo he disfrutado bastante.
Tac.
Sus labios se
separaron, tras un beso de tan solo un segundo. Él se apartó, se incorporó y le
tendió un sobre con el dinero acordado.
— ¿Te
vas?
La única respuesta que recibió
fue el crujir de la puerta y el sonido de los pasos de un hombre satisfecho.
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