sábado, 3 de octubre de 2009

Butterfly

Fue una tarde soleada. Una de esas que no te esperas, en las que a las 8 de la mañana cuando salías de casa hacía frío, y niebla, y había hojas mojadas sobre el asfalto. Y sin embargo, cuando sales del instituto a las 3 y miras al cielo, el sol calienta tus mejillas, y te arranca una sonrisa de esas que salen del alma. La esencia misma de la alegría.

Por fin viernes. Vuelta a la rutina de fin de semana.

Una vuelta por la ciudad, un café en un bar extravagante, con olor a jazmín y algo más en el aire.
El viejo grupo de siempre, haciéndose dueños del mundo, viviendo la vida entre música y risas.
Una tarde como otra más. Tan mágica como siempre.

Y él observaba.
Siempre había sido más reflexivo que los demás. Participaba con la misma ilusión y efusividad en la conversación, y era siempre el que más alto reía.
Vivía en un sueño, en un mundo de colores y mariposas. Sobre todo mariposas, revoloteando en su cabeza. Pero también se preguntaba cómo era posible eso, y cuanto duraría.

Había que aprovechar el momento.
Nunca se sabe lo que puede durar algo así.
La utopía es algo efímero, y los mejores momentos de nuestra vida son siempre eso, momentos. Las personas que ayer ni conocías hoy pueden ser tus mejores amigos, y mañana haberte olvidado.
Y así debe de ser, al menos casi siempre.
El ciclo debe seguir su curso, como una mariposa que se aleja batiendo las alas.

Por eso debemos valorar cada momento como se merece, vivirlo al máximo, sin quedarnos atrás.
Porque cuando sólo quede el recuerdo, esa realidad será más como un sueño, y los sueños deben de ser siempre hermosos.

Como una mariposa de colores resplandecientes.

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