domingo, 18 de octubre de 2009

Noche sin Luna

Era una tarde más en aquella villa costera. Las hojas secas revoloteaban impulsadas por el viendo, y se colaban entre las gentes que hacían su vida normal. Los comerciantes publicitaban su mercancía a gritos en el mercado, atrayendo a los clientes, que se agolpaban frente a los puestos, descuidando sus faltriqueras, algunasde las cuales pasarían a las manos de cualquier pícaro. Una muchacha se esforzaba sin demasiado éxito por mantener a sus gallinas dentro del corral, mientras le pedía ayuda a un muchacho vestido de verde. Los niños correteaban por las calles atormentando a los ancianos que iban hacia el muelle.

Pero en el puerto, mientras los pesqueros descargaban la comida del día siguiente de la mayoría de las familias, junto con el olor a salitre y tripas de pescado, se respiraba una palabra: despedida.

Un barco repleto de jóvenes partía hacia la guerra, la guerra que estaba consumiendo aquel país. Un barco más. A este ritmo no quedarían muchachos en el pueblo.

Las madres lloraban por sus hijos, ellos las abrazaban junto con sus hermanos. El subteniente gritaba para que subieran al barco ya. Entre la multitud, una pareja se daba el abrazo más largo y sentido de sus vidas: Ella se había prometido no llorar. Él se había prometido no tener miedo. Los dos incumplieron su promesa.

― Vamos, Jill, no te preocupes. Sabes que volveré.

― No, no lo sé, ¡ahí esta el problema! –su voz se quebró- Jack… Muy pocos vuelven. El novio de mi hermana se marchó hace ya dos meses, y aún no hemos sabido nada de él. Y pronunció esas mismas palabras cuando se marchó.

― No seas negativa. –se forzó a sacarse una sonrisa de donde no la había- ¿Es que no confías en mí?

― No confío en los demás. Por favor, no vayas, no vayas…

Pero se fue. Tras el último beso, lo arrastraron al barco. Evidentemente, nadie iba a aquella guerra por gusto. Y ella se quedó ahí, hasta que cayó la noche, una noche sin luna. Entonces, su padre, ya mayor como para ir a la batalla, la llevó a casa, rendida.

Su familia le dijo que era mejor no obsesionarse. Intentar seguir con su vida. Jillian hizo lo que puedo. Pero al final del día, siempre esperaba a ese barco, hasta que salía la luna. Las noches de luna nueva tenía que llevársela su padre.

Pasó un mes, pasaron dos, y volvió un barco. Y de él, con el aspecto del héroe de una batalla, bajó él. Marcus, el novio de su hermana. Le preguntó por Jack, pero no sabía nada de él. “No pasa nada”, se dijo “Es un buen presagio. Si Marcus ha vuelto, él también podría…”.

Y siguieron pasando los días.

El día en el que hizo su primer hechizo fue curioso. Volvía hacia su casa después de recibir a un barco llegado de la guerra, pero sin noticias de Jack, cuando tropezó con una chica que llevaba una cesta de huevos. La cesta cayó y ella se sobresaltó. Entonces observó que los huevos no habían caído. La cesta estaba paralizada en el aire. La joven se quedó quieta observando a los huevos y a ella de forma alterna. Jillian estaba impresionada. De alguna manera sabía que había sido ella misma la que lo había hecho.

Y a partir de entonces empezó su camino en la magia. Buscó en los libros de la pobre biblioteca del pueblo, practicó mucho, y poco a poco fue adquiriendo poder. La mantenía distraída y la motivaba. La mantenía viva. Llegó a dominar todo tipo de hechizos, pociones y conjuros. Sin duda, aprendía rápido.

Pero la magia no le devolvió a su amor, y ella, ni con todo su poder, podía hacer nada para traerlo de vuelta. ¿O quizás sí? Recordó una vieja torre que se erguía en lo alto del acantilado, semiderruida, pero aún en pie. Y también pensó que había muchos barcos que no regresaban por no encontrar el camino de vuelta en las oscuras aguas del océano. Y así decidió convertir la torre en un faro muy especial. Se instaló allí, y con su magia lo convirtió en un lugar habitable. En lo más alto de la torre creó una bola de energía que brillaba constantemente, con un fulgor muy superior al del faro con el que ya contaba el pueblo, construido más cerca del puerto. Además, emitía una melodía que solo la pareja conocía, inaudible para el resto. Suficiente para guiar a Jack hasta allí.

Y se quedó allí a esperar, al tiempo que continuaba con sus experimentos con la magia. Muchos vecinos fueron hasta allí, disgustados por la luz de su faro, algunos incluso intentaron llevársela, pero ninguno era rival para su poder. Así que el faro no se apagaría hasta que él volviera.

Pero pasaron las semanas, y los meses, y el tan ansiado día no llegaba. La luz brillaba resplandeciente, y la melodía resonaba eternamente, se metía en su cabeza, no le dejaba dormir. La espera y la magia la devoraban, la consumían, y cierto día se cansó de esperar. Así que decidió salir a buscarlo. No se iba a rendir tan fácilmente. Comenzó a preparar el hechizo definitivo, el primero que lanzaría sobre ella misma, el que la transmutaría en otro ser.

Todo estaba planeado. En lo alto de su torre, Jillian se preparaba para el salto final. El hechizo estaba listo. Sólo tenía que saltar, atravesar el círculo mágico y al contacto con el agua, se convertiría en el mítico ser de las leyendas, en una sirena.

Era, como no podía ser de otra forma, una noche sin luna, en el que el mar, tranquilo como una balsa de aceite, la esperaba hecho un manto de negrura. Se apoyó en la barandilla, y como una elegante ave se lanzó en picado hacia las aguas.
Su cuerpo se fundió con la espuma del mar, se sintió de agua, de sal, de arena, y en su nueva forma nadó en busca de su amado. Libre como jamás lo había sido.

* * *

― ¡Abuela, abuela! Hoy nos han contado la historia de Jillian la Loca. ¿Es verdad que tú la conociste?

― Sí, cielo, la conocí. Era una pobre muchacha cuyo novio se fue a la misma guerra en la que ahora combate vuestro padre. Recuerdo el día en que me tiró una cesta de huevos por accidente. No quedó ni uno entero, y ella se fue sin pedir perdón siquiera. Ahí fue cuando empezó a desvariar, creo. Se encerró en su casa, haciendo no se qué actividades extrañas. Más tarde me entere de que acababa de recibir la noticia de la muerte de su novio. Después se encerró en esa torre de encima del acantilado, ella sola. No sé ni cómo sobrevivió allí tanto tiempo, viendo el estado del lugar. Pero por mucho que intentaron llevársela al manicomio, no hubo quien la arrancará de allí. Su padre estaba desconsolado. Hasta que un día fueron y no estaba allí. Nunca la encontraron, así que se supuso que había saltado. Una muerte trágica.

― Hala… Y tú la conociste, ¿verdad, abuela?

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