lunes, 8 de febrero de 2010

Llueve, como siempre

Espero en el semáforo bajo la lluvia.
Un charco me devuelve una distorsionada imagen de mí mismo.
Sacó del charco su vivo retrato, diría Sabina.
Las finas gotitas de óxido de hidrógeno caen sobre mi cara, y junto con el viento frío me despejan.
Quizá al final la lluvia no sea tan mala.

Pienso en las horas pasadas bajo el mar, en busca de tesoros ocultos con forma de piedras y caracolas. En el agua caliente cayendo sobre mi espalda. En el agua fría poniendome los pelos de punta. En zambullidas sin pensar en pantanos y piscinas. En mágicas islas encontradas de repente, y pueblos y civilizaciones enteras bajo las aguas, esperando a ser encontradas.

Los delfines, las truchas, las sirenas, las estrella de mar. En el antiguo hogar de un cangrejo ermitaño aún se escuchan los susurros del oceáno.

Lo dicho, quizá al final la lluvia no sea tan mala. Aunque nunca me gustó, algo me une a ella.
Quizá tenga que ver con flotar livianamente, hasta que la entropía disminuye y te precipitas inevitablemente al vacío.
O puede que tenga que ver con ser la clave de la vida, los bosques, esa naturaleza de la que siempre he sido tan amigo.

Hoy, más que nunca, sé que mi elemento es el agua.

Puede que al final mi apellido sí sea Tully.

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